Siempre intento dar lo mejor de
mí para no defraudar a mis compañeros. Entreno sin descanso y estudio a mayor ritmo.
Sin embargo, nunca dominaré el uso de las armas como lo hacen Dorkas y Stolas,
ni el uso de las artes arcanas como Glin. Sirvo de vital apoyo para cada uno,
pero se me haría una gran carga llevar la responsabilidad de una de las dos
cosas yo solo.
Hoy hemos tenido un combate
cruento. Anteriormente nos habíamos enfrentado a criaturas de esta misma
especie… pero nunca a uno de sus señores.
Cuando desapareció su invisibilidad ya
era demasiado tarde, abalanzándose en picado hacia nosotros, ese demonio
blanco nos sumió en su aliento helado. Gracias a las protecciones de Thorik,
el frío que emana de la criatura no nos hace ningún daño… pero nos vemos rodeados
de una ventisca enorme que no nos deja movernos ni ver a nuestro enemigo. Les grito
a mis compañeros que se acerquen a mí y los saco a todos de esa locura nevada.
Miramos a atrás, esperando la arremetida del monstruo, pero nunca llega. Así
que decidimos correr hacia la cueva, que se encuentra a varios kilómetros
cuesta arriba.
La criatura vuelve a repetir su
estrategia, alcanzándonos una vez más con su aliento y rodeándonos con la
ventisca. Esta vez es Glin quien nos saca del torbellino, pero somos engullidos
por la tormenta una vez más. Por un momento pensamos en usar el teletransporte…
Pero nos hemos cansado de que jueguen con nosotros. Su estrategia era
desgastarnos y dividirnos… Y lo que consiguió es que nos uniéramos bajo el hielo y atravesáramos
su coraza de cristal como una llamarada ante el rocío de la mañana.
Con el titán alado abatido en el
camino, subimos con tranquilidad hacia la montaña helada donde yace Xin.
Nada más cruzar el umbral de la
gran cueva, nos atacan tres gólems de piedra, pero Thorik consigue devolver a
uno de ellos a su plano natal, con lo que sólo tenemos que centrarnos en dos de
ellos, que no tardan en seguir al primero.
Bajamos a las profundidades
congeladas y nos volvemos a encontrar siete monolitos, cada uno brillando con
una escuela de magia distinta. Siguiendo las notas del traidor Xaliasa, giramos dos veces cada llave en cada monolito, viendo cómo van desapareciendo uno a uno. En el momento que desaparece el último, se abre un portal ante nosotros, que lleva a un pasillo de piedra.
Glin, sin pensarlo, lo cruza. Acto seguido, los cuatro nos miramos entre
nosotros, centramos nuestra vista hacia adelante y pasamos el portal, siguiendo
el camino de piedra, que nos lleva a una enorme sala abovedada, con siete
estatuas de gran tamaño mirándonos con desaprobación. No hay
duda: hemos llegado a la Forja Rúnica.
Seis de esos señores no los
conocemos.
Al séptimo, cada día, lo
conocemos mejor.
Tras cada señor, un umbral… que
llevará a las salas donde sus acólitos trabajaban para conseguir nuevas cotas
en el conocimiento arcano. Sólo en uno de ellos vemos signos de combate, el
correspondiente a la señora de la envidia. No ha sido reciente, pero aún la magia arde en las paredes.
Entramos para investigar y nos
encontramos una sala en la que un báculo se encuentra fundido con el suelo,
lanzando descargas eléctricas sin control.
El gnomo, atraído por el poder del objeto, lo toca y el artefacto comienza a crepitar y vibrar. Entre Glin y yo
intentamos arrancarlo del suelo, mientras Stolas retrocede asustado, temiéndose
que algo terrible iba a ocurrir… y así fue. Una honda expansiva nos atravesó
mientras un zumbido atronaba nuestros oídos. Nuestros cuerpos estaban intactos,
pero un frío corrió por nuestras espaldas. Al observar la magia, vimos impotentes cómo nuestro equipo había perdido cualquier dote mágica, pasando a ser meros objetos
mundanos. Nuestras almas se derrumbaron, pues, ¿cómo íbamos a realizar nuestro
cometido, en un lugar tan letal como olvidado, sin armas ni protección?
Entre toda esa desolación, el pequeño
Glin exclamó con alegría que tenía la solución: el archivo anatema. Podía
buscar entre todo el poder arcano conocido y conseguir enmendar el desastre.
Por tanto, abrió el artefacto,
escudriñó dentro de su saber ilimitado, esquivando con maestría los ataques a
su cordura, hasta que por fin lo consiguió. Con signos de agotamiento, el gnomo
tenía el pergamino que buscaba justo delante. Sin dilación, comenzó a leer los
símbolos arcanos y mi vello se erizaba al notar el poder que se estaba
desencadenando.
Cuando terminó, sonreía de
satisfacción, pues había conseguido ejecutar a la perfección el sortilegio.
Respiró hondo y exclamó:
“Deseo no haber entrado nunca en
esta sala”
Noté cómo la urdimbre se empezó a
arremolinar con furia en torno a él. Nunca olvidaré su cara de alegría, al
notar que estaba tejiendo el destino de una forma que sólo se le permite a los
dioses y…
… Acto seguido, los cuatro nos
miramos entre nosotros, centramos nuestra vista hacia adelante y pasamos el
portal, siguiendo el camino de piedra, que nos lleva a una enorme sala abovedada,
con siete estatuas de gran tamaño mirándonos con desaprobación.
No hay duda: hemos llegado a la Forja Rúnica.
Al entrar en ella me acosan los
recuerdos de todo lo que hemos sufrido para llegar aquí. Todas las mazmorras a
las que hemos descendido, sin saber cuándo acababan, ni qué nos íbamos a
encontrar en ellas. Combates que nos han llevado al límite, donde he intentado
dar el soporte arcano que necesita este grupo, pero que, en solitario, me he visto sobrepasado en más de una ocasión. De cómo me frustré intentando
abrir el cilindro que guardaba el monje caído bajo la Torre Negra, sin
conseguirlo, pese a la ayuda de mis compañeros, dejándolo atrás, así como los
secretos que guardaba. Del colosal combate dentro de la biblioteca de
Jorgenfist contra su guardián, una criatura que estuvo a punto de destruirnos y cómo las heridas que nos ocasionó tardaron en cerrarse, incluso con toda la
dedicación y esfuerzo de nuestro amigo enano. O el reciente combate contra
Arkrhyst, el dragón blanco, donde iba agotado de conjuros al emplear gran cantidad
de mi poder arcano en obtener las siete llaves.
Uno de los siete pasillos que
tenemos por recorrer ha sido víctima de un combate mágico. Antes de entrar,
tenemos una extraña sensación de déjà vu. No sabemos por qué, pero tenemos el
presentimiento que debemos seguir sin nuestro equipo. Así lo hacemos y
exploramos la zona. Dentro, nos encontramos un báculo que estalla regularmente… y, estudiándolo, comprendo que su cometido es desproveer de magia a todo
objeto que la posea. Seguimos adelante y nos ataca un ser gelatinoso al que no podemos hacer frente en nuestro estado. Volvemos junto a Dorkas y nuestro equipo y, con
lo poco que podemos coger, arremetemos contra la criatura. Mi poder mágico
contra ella es nimio, pues los conjuros que tengo, o bien le hacen poco,
o bien la refuerzan, conformándome con hacerle rasguños hasta que mis
compañeros acaban con ella.
Siento en ese momento, una vez
más, cómo de diferentes serían las cosas si estuviera con nosotros un compañero
dotado en las artes mágicas. Alguien que me complementara en el conocimiento
arcano y aligerara mi carga.
Desearía tener un compañero así.
Realmente, lo deseo.
Comentarios
Sabía el material que tenía entre manos, de ahí que me esforzara especialmente en hacerle justicia.
Me alegro de verdad que dicho esfuerzo haya tenido sus frutos ;)
Y después de 2 meses y pico sin jugar,no se pueden tener más ganas, y sobre todo después de recordar con tu narración todo lo que nos ocurrió.