Tras nuestros primeros pasos en la forja rúnica nos encontrábamos perdidos y desorientados, pronto los cuatro nos pusimos de acuerdo en registrar la sala relacionada con el encantamiento y el pecado de la lujuria.
La estancia era una gigantesca sala con una bóveda de más de treinta metros de altura, el suelo era de mármol negro y blanco, varias jaulas de oro y plata se encontraban alrededor de unos gigantescos telares de seda roja, que colgaban desde el techo hasta el suelo y se situaban justo en el centro de aquella descomunal sala, o catedral como Torik había comentado al verla.
Un suave aleteo sonó sobre nuestras cabezas seguido de varias risitas, un grupo de cuatro súcubos empezaron a revolotear a nuestro alrededor, acercándose peligrosamente. Intentamos conversar con ellas para conseguir información sobre como poder forjar en el arma necesitábamos, pero la naturaleza de estos seres es más fuerte que su razonamiento y los cuatro súcubos solo querían hechizarnos y controlar nuestras mentes; atacamos para poner fin a estas molestas criaturas, pero al instante desaparecieron.
Inspeccionamos las jaulas y descubrimos que realmente eran muros de fuerza que habían adornado con rejas a su alrededor, en el interior de una de dichas jaulas encontramos moribundo a un humano, no sabíamos el tiempo que llevaba allí encerrado, pero no hablaba la lengua común y su mente estaba quebrada tras siglos de torturas.
Era el momento de investigar las habitaciones que separaba aquel tapiz de seda roja, aunque a primera vista parecía suave, al tacto la tela era dura y pesada, descorrimos la única entrada que vimos visible y cinco gigantes de piedra nos esperaban en el interior.
La lucha fue rápida ya que los gigantes no eran dignos rivales de los Buscadores del Sihedron. Avanzamos un largo pasillo y en la siguiente habitación encontramos a los cuatro súcubos que nos habían recibido fuera junto a la matriarca de aquél lugar. Estaba sentada en un enorme trono, rodeada de sus hijas y a pesar de ser igual de sibilina y peligrosa que ellas pudimos conversar.
Se llamaba Delvahine, llevaba varios siglos perpetrando en aquel lugar los actos más depravados que ninguna mente de Faerum había sido capaz de imaginar, destrozando la carne y la mente de aquellos que caían bajo sus encantos. Sabía por qué estábamos allí y lo que buscábamos, un objeto capaz de utilizar en la Forja Rúnica y con el que poder imbuir de poder un arma que usar contra Karzoug. Estaba dispuesta a ayudarnos, pero su colaboración tenía un precio.
Soros debía de pasar un rato con ella en su alcoba, no era mucho tiempo y a cambio obtendríamos nuestra ansiada recompensa, pero sabíamos que los súcubos son traicioneros, no podíamos fiarnos de sus palabras, así que no hubo trato.
La batalla entre Delvahine y sus hijas fue feroz, poco a poco iban doblegando nuestras mentes privándonos de nuestra voluntad, primero fue Soros quien abandonaba el combate; tras una breve lucha volando entre los súcubos, Dorkas decidía también dejar el combate y seguir a Soros... Solo quedaban Torik y Stolas que gracias a la suerte consiguieron derrotar a los demonios.
Cuando regresaron Dorkas y Soros comenzamos a inspeccionar los cuerpos, tras el trono había una pequeña sala llena de extraños artilugios y custodiada por tres seres aún más extraños, eran niños que levitaban y que irradiaban luz desde su interior, nada más vernos y para nuestra sorpresa nos atacaron.
El enfrentamiento contra los seres de luz fue duro y complicado, su luz quemaba como el fuego y eran duros como el acero, pero gracias a los conjuros de Soros y Torik pudimos doblegarlos.
Por fin parecía que la estancia estaba libre de peligro, pero todavía no habíamos terminado, era el momento de buscar el objeto que necesitábamos para la forja, el objeto que nos ayudaría a vencer a Karzoug.
Comentarios
Tenéis que buscar un objeto y habéis acabado con la posibilidad de preguntarle a la malvada Delvahine...¿estarán las respuestas en el resto de la Runeforge? Sólo hay una manera de comprobarlo...
Y corrijo a Juanjo... no acabamos con la posibilidad de preguntarle a Delvahine. Le preguntamos. Reiteradamente. Hasta en mitad del combate insistimos en un final sin muertes. Lo que perdimos fue la opción de obtener la respuesta por parte de ella.