El largo camino dorado llega a su fin. La niebla matutina se abre en las altas montañas para revelar ante nuestros sorprendidos ojos un prodigio de milenaria arquitectura. La legendaria megápolis olvida de Xin-Shalast aparece ante nosotros. Sus gigantescos edificios brotan por doquier a través del valle, bajo la impávida mirada del pétreo rostro de Karzoug, esculpido en la ladera de la cumbre del Mhar Massif.
Lo primero que llama nuestra atención son las descomunales proporciones de las construcciones de la ciudad. Gruesas murallas de negro basalto, flaqueadas por enormes torres del mismo material y de varias decenas de metros, guardan la entrada al mítico enclave del Señor de la Avaricia. Un mar petrificado de oscura lava volcánica cubre toda la falda lateral derecha de la meseta, como recordatorio de una antaña catástrofe que acabó engullendo parte de la ciudad.
El viento arrastra las notas disonantes de una flauta. La melodía lleva acompañándonos todo el viaje de ascenso al valle escondido. Con su danzarina sonoridad resonando en nuestros oídos, penetramos en la ciudad. Los gargantuescos portones de la fortaleza se hallan abiertos y nos disponemos a cruzarlos, cuando de pronto los vigilantes del lugar se muestran ante nuestra presencia.
Los monstruosos seres que se plantan ante nosotros, mitad hombres mitad pájaros, apuntan sus arcos contra nosotros y nos interpelan sobre las intenciones de nuestra inesperada visita. Fingimos ser parte de los ejércitos de Karzougm que en cuentagotas, van llegando dispersos a Xin-Shalast. Por desgracia, nuestra mentira no resulta convinciente, en especial cuando se dan cuenta de que no portamos a la vista símbolo alguno del Sihedron.
Un atronador sonido explota en el valle cuando uno de los hombres pájaro lanza una piedra al aire y, de repente, comienza a venir más alimañas voladoras, hasta concentrarse media docena. En la distancia, sin saber cómo ni por qué, se oye el retumbar del suelo al aparecer por las puertas una manada de enormes búfalos que se abalanzan contra nuestra posición.
Soros actúa con premura y consigue frenar en seco la embestida de los bóvidos, que se estrellan contra un muro invisible. Mientras, los demás comenzamos a abatir a los kuchrimas, que así se llaman los horrendos pajarracos humanoides. Las flechas de Stolas acaban la faena y conseguimos capturar a uno de nuestros enemigos aún con vida.
A pesar del odio que refleja su mirada, el miedo le hace confesar que la ciudad está plagada de enormes gigantes y aberrantes lamias, todos servidores del Señor de las Runas. Por desgracia, el terror que siente hacía el poderoso señor es mayor que el que le provocamos nosotros, por lo que acabamos con su mísera vida sin mucha más información.
Llenos de incertidumbre y ansiedad, atravesamos la fortaleza y penetramos en la ciudad. Más allá del fortín, el camino de oro sigue hacia el interior del valle. La gran avenida dorada atraviesa de punta a punta la antigua urbe. Por doquier se alzan gigantescas edificaciones de la más exótica y variopinta arquitectura.
Exploramos el lugar durante todo el día hasta que llegamos a lo que antaño debía ser la zona del mercado. Extrañas construcciones con forma de panal se apelotonan por todas partes. Descansamos en el lugar, o al menos lo intentamos, pues poco antes de que despunte el alba, se presenta delante nuestra un ser de aspecto humanoide, de piel albina y cuerpo hinchado. No parece agresivo, así que recurro al poder de Moradin para entender su idioma y hablar con él.
Se presenta como Morgiv, habitante del pueblo oculto de Xin-Shalast y de la raza de los antiguos pobladores del lugar. Dice que nos ha estado siguiendo desde que llegamos a la ciudad y que nuestra arribada estaba predicha por una vieja profecía que, en décadas pasadas, pronosticó una sabia sacerdotisa y líder de su pueblo, llamada Mesmina. Al parecer, somos los esperados héroes que liberarán a los que quedan de su pueblo, al que denomina como los perdonados, de la horrenda Bestia Oculta.
Nos narra una triste historia de crueldad y muerte, de lava y fuego, y de huída a las entrañas de la tierra. De cómo los suyos cavaron hondo y profundo, huyendo de la superficie y buscando refugio en lo que llaman el Hipogeo, una serie de cavernas y túneles subterráneos que se hallan bajo Xin-Shalast, para acabar toparse con su perdición: La Bestia Oculta. Esta abominación, que es incapaz de describir, esclavizó a su gente y muy poco pudieron escapar. Nos promete ayudarnos a atravesar la ciudad y evitar a sus moradores si, a cambio, destruimos al monstruo.
La compasión y la intriga guían nuestras almas cuando aceptamos el trato. Morgiv entonces nos conduce por sendas ocultas bajo tierra, a través de un laberinto de cámaras y pasadizos, hasta la entrada de un largo pasillo que lleva a los dominios de la Bestia. Poco después, nos adentramos en una gruta abovedada, con sendas escalinatas laterales que asciende a una especie de balconada. Un trono se alza en mitad de la sala y, desde él, una cadavérica figura nos interpela: “¿Quién será el primero en darme a probar su sangre?”...
Una flecha sale del arco de Stolas y atraviesa el cráneo del esqueleto… Pero algo no anda bien, todo esto parece una trampa. Nos ponemos en guardia y, temiendo que algo aún peor se oculte a nuestra vista, concedo Moradin mediante el poder de la Visión Verdadera a Dorkas, que de inmediato localiza a nuestro enemigo. Una aberración infernal como nunca antes hubiésemos visto se abalanza sobre nosotros. Sus largos tentáculos nos atacan y extraña magia inunda de terror nuestras mentes, provenientes del demoníaco monstruo de pesadilla.
Al mismo tiempo, surgen de entre las sombras las cadavéricas formas en las que se han transformado aquellos del pueblo oculto que sucumbieron ante la Bestia. La batalla es feroz en medio de la opresiva oscuridad. Logramos derrotar a los secuaces zombificados y nos centramos en eliminar a su dominador. Atravesamos su horrendo cuerpo con flechas y tajos de espada.
Por un momento, Dorkas se pone a su alcance de sus tentáculos, que se aferra a la bárbara, absorbiendo su energía vital. Logra liberarse mientras el monstruo se derrumba muerto a nuestros pies y su cuerpo abominable se vuelve gaseoso y desaparece entre las grietas del suelo. Nos tememos lo peor y, conociendo su naturaleza vampírica, somos conscientes de que lo hemos derrotado pero no vencido del todo.
Moradin ilumina mi mente y me muestra el refugio del vampiro monstruoso. Oculto bajo el trono, una cámara hace las veces de escondite regenerador para el diabólico ser. Pero mi magia ablanda la roca de la recámara y la deforma y destruye para siempre, eliminando por fin la amenaza de la Bestia Oculta, el azote del pueblo de Morgiv.
Tras registrar el lugar y apropiarnos de un anillo arcano con el símbolo del Sihedron, salimos del lugar, esperando que Morgiv cumpla su parte del trato y nos acerque un poco más a nuestro objetivo: La guarida de Karzoug...
Comentarios
Muy buena crónica. Todo lo relacionado con esta ciudad, tanto el tono, como el concepto, está siendo muy guapo.