Las puertas del oneroso e impresionante templo a Loviatar se abren ante nosotros. El símbolo del látigo de nueve colas se parte por la mitad cuando la enorme puerta de doble hoja nos deja paso sin hacer el más mínimo ruido.
Entramos a una especie de recibidor, que me da por bienvenida al posar el primer pie dentro del templo un grito ensordecedor en mi mente y un golpe inmaterial que me arroja al patio como un guijarro arrojado por una cría goblin. Sacudiéndome el polvo y aguantándome el dolor en las costillas, le pido a Bensa que sea ella quien rompa la barrera mágica, no sin antes curarme.
El templo está bien guardado, nos encontramos tanto con un elemental de agua como con los espíritus torturados de varios clérigos de Loviatar que se suicidaron dentro del templo, entendemos que ante la desesperación en la caída de su líder. Desde luego el lugar es tanto o más siniestro incluso de lo que esperábamos, con una despensa dedicada a órganos de humanoides encurtidos para un gusto inhumano y retorcido...tanto que nos encontramos un gigante de las cenizas, raza de gigantes conocida por su neutralidad y pacifismo que pagan con frecuente esclavitud, que fue muerto y reanimado como guardián del templo.
Encontramos, incrustado de forma tan antinatural como veíamos de lejos, la torre negra de obsidiana. No sé si es una aberración o una creación genial. Mis ojos y mis dedos me dicen que la pared es de obsidiana, pero mientras más la miro, más me parece que es de un material que está mal, que no es de este sitio. Sabemos que es de una etapa pasada hace siglos, pero a la vez algo me dice que podría ser un material venido del futuro que ha irrumpido en esta época, en este lugar "¡Variel!" llaman mis compañeros, "¿vas a quedarte mucho tiempo ensimismado mirando y tocando como un bobo esa pared?" Vaya, no me había dado cuenta de que pasaban los minutos...no sin esfuerzo, retiro la mirada de la torre y nos encaminamos a la caza del Obispo.
El sótano guarda la parte principal del templo a Loviatar y la más sagrada: su catedral interior.
El altar solo parece contener un montón de huesos y cenizas coronados por una calavera colmada de gemas y oro. Pero nosotros ya hemos caído en demasiadas trampas como esta, y Morgana agita la calavera a distancia con su mano espectral. Sin que haya pasado un segundo, el Obispo despierta y se lanza a por nosotros.
El combate dura apenas unos segundos: Morgana y Bensa descargan su magia contra el Obispo mientras Iru y yo adoptamos nuestra formación y aprisionamos al Obispo en una pinza que sabemos lo aplastará. Sólo tiene un instante para reaccionar, en el que un grito terrible inunda el templo. Llega a mis oídos y amenaza con desintegrarme, pero la magia protectora de Bensa hace que el grito resbale sobre mi cuerpo como el agua sobre el lomo de un pato. Mis compañeras resisten apretando los dientes y sin mirarnos asestamos el golpe final al Obispo. Golpe que nos abre la puerta a terminar por fin con la maldición en Muro Cicatriz.
Por un momento y aún con la adrenalina golpeando, me parece que nos jugamos la vida por la gloria, por el poder y sobre todo por salvar a Korvosa...y sin embargo también se me antoja un juego, mortal sin duda, pero una especie de juego diabólico al que somos peligrosamente adictos...
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Qué gran y épica crónica