Tras abandonar la caótica y aterradora mazmorra, nos aprestamos a continuar la exploración de los túneles y cavernas. Debemos de limpiar de monstruos el lugar antes de aventurarnos más allá, en nuestra incesante búsqueda de aquel que creemos origen de todo mal en la zona: el gigante Mokmurian, señor de la fortaleza y enemigo número uno de nuestra partida de caza.
Conocedores de qué nos espera tras la siguiente esquina, gracias a los poderes adivinatorios de nuestro gnomo, nos adentramos en una enorme gruta que huele a hollín requemado. Allí nos encontramos con dos imponentes dragones rojos, con largas y herrumbrosas cadenas que cuelgan de sus esbeltos cuellos y que les impide abandonar el lugar.
Sin tiempo para pensar, los fabulosos reptiles se abalanzan sobre nosotros. Un abrasador fuego nos envuelve, cuando uno de los monstruos escupe su aliento en nuestra dirección. Resistimos como podemos su envite, mientras sajamos y saeteamos sin tregua, llevados por el delirio del combate. Todo acaba en menos de un minuto, esparcidos los restos de nuestros atacantes por el suelo de la gruta.
Sabedores de lo que nos espera en la siguiente cámara, nos preparamos para ello con un único objetivo en mente: acabar con lo que sea que se oculta entre sus oscuras paredes y seguir adelante sin demora. Entramos en la sala mientras un vaporoso vaho nos rodea y unas tentadores voces se meten en nuestras cabezas, alentándonos a penetrar en el lugar.
No tardamos en descubrir el origen de tan sibilino hechizo. Dos quiméricas figuras de enormes proporciones no esperan con impaciencia. Las aberraciones, cuya mitad inferior parece el cuerpo de un león, rematado por figuras femeninas de cintura para arriba, son dos monstruosas lamias. Se relamen al vernos aparecer, como quien ve acercarse la bandeja con el almuerzo del día… Sin intención de parlamentar, se lanzan a por nosotros. Son seres poderosos y ladinos, y emplean tanto la magia como la fuerza de sus garras con la intención de despedazarnos…
Pero hoy no es su día de suerte. Terminamos arrinconándolas y haciéndoles morder el polvo sin más. De entre algunas baratijas que logramos saquear, encontramos unos perturbadores pergaminos que no nombraré aquí, pero que conservamos conocedores de su valor artístico… quizá nos sirvan más adelante, como pase especial para visitar la biblioteca de Candelero, quién sabe…
Seguimos por los túneles del complejo subterráneo y accedemos a la siguiente cámara. Varias pieles cuelgan de sus paredes laterales. Cuando nos acercamos a investigar, descubrimos que tras ellas se esconde el resto de la cueva, más amplia de lo que nos pareció al entrar. Apenas sin tiempo para reaccionar, de detrás de los cueros surgen dos inmensos trolls que se abalanzan hacia nosotros, gritando como energúmenos.
Nos aprestamos al combate y encajamos los primeros ataques de los monstruos. Sabedor de que sus estentóreos graznidos deben haber alertado a todos los guardianes de los alrededores, trato de bloquear el acceso al lugar y, Moradin mediante, surgen del suelo enormes púas de piedra. Mientras, mis compañeros se aplican con esmero contra los trolls, a los que van reduciendo poco a poco.
Los enemigos van llegando a cuentagotas, como imaginábamos. Se unen a la fiesta dos enorme gigantes de piedra y tres ogros deformes, armados hasta los dientes… ¡Pero nada puede contra el poder de la compañía de Cala Arenosa! Vuelan los tajos y las flechas, el poder de la urdimbre y del sagrado Moradin hacen el resto, y todos nuestros adversarios sucumben cual trigo maduro bajo la afilada guadaña…
Nos recomponemos aprisa, saqueamos a los muertos y terminamos de explorar el área. En lo que parece ser una especie de armería, encontramos a un grupo de enanos mugrientos y famélicos, encerrados en herrumbrosas jaulas. Liberamos a los presos, que al parecer son miembros del clan enano de los Stonar. Restaño sus heridas visibles lo mejor que puedo, que no el orgullo mancillado. La bravura de sus corazones los impulsa a empuñar como armas aquello que tienen más a mano y ofrecernos su ayuda… Pero todos sabemos a lo que los llevará su valentía si siguen nuestros pasos. Soros habla con ellos utilizando sus mejores palabras, consiguiendo convencerlos, a regañadientes, que se queden guardando la retaguardia para evitar una emboscada que sabemos que no llegará.
Llegados a este punto, decidimos
bajar al último nivel de esta fortaleza impía, y detener a Mokmurian de una vez
por todas. El latido de mi corazón martillea con fuerza, porque sé que está
cerca… Y, porque algo en mi interior me dice que este no es el fin. Conna nos
advirtió que Mokmurian podía haber entrado en contacto con un ente poderoso, y
que en varias ocasiones se le había sorprendido hablando solo. ¿Y si Mokmurian
no es más que una marioneta? Si esa es la respuesta, entonces nuestro futuro
inmediato es aterrador, porque, ¿qué clase de criatura puede estar por encima
de él? Intento dejar de lado estos pensamientos, y me centro en lo que tenemos
justo delante, bajando y bajando a las profundidades de la piedra.
La forma de la construcción, a
medida que bajamos, va cambiando drásticamente, volviendo a generarnos esa
sensación de estar ante una construcción que no pertenece a este mundo, al
igual que nos pasó con la Torre Negra. Las aristas de los pasillos desaparecen,
generando habitaciones formadas por curvas. De primeras genera extrañeza, pero
pronto se me eriza el vello de la nuca, pues me viene a la memoria el recuerdo de
libros antiguos que he consultado, historias de criaturas de otro plano,
pertenecientes a los ángulos del tiempo, que se cuelan en nuestro mundo a
través de las superficies angulosas. El cómo son es un misterio… pues los que
se encuentran con ellos no sobreviven para contarlo.
El estar completamente rodeados
de curvas genera un efecto alucinógeno que nos da la sensación de que la
construcción está viva: late, crece, merma. Por un momento la habitación en la
que estamos es grande, y en un parpadeo es pequeña. En un parpadeo Dorkas está
a mi lado, empuñando su arma con firmeza como siempre, y en el siguiente veo
que es tan pequeña que no me llega ni a la cadera. ¿Qué demonios ocurre en este
lugar? Aprovechando nuestro desconcierto, un gigante nos ataca por sorpresa. La
adrenalina hace que nuestros sentidos se agudicen, olvidemos el escenario
cambiante que nos rodea y nos centremos en golpear a nuestro adversario. El
combate parecía sencillo, pero en seguida apareció otra criatura, saliendo de
la pared como si fuera hecha de agua. Ninguno habíamos visto nada parecido…
salvo el enano. Su cara se tornó blanca al verlo y sus rezos hacia el padre
enano se tornaron en súplicas para que nos ayudara. Era la criatura con la que
los padres enanos asustan a sus hijos cuando se portan mal: El Forgefiend.
Conociendo el peligro que nos
supone, centramos todo nuestro poder de ataque en él, por lo que no tarda en
sucumbir… no sin antes dejarnos un regalo de despedida: una tremenda explosión
que nos cubre en llamas.
Aturdidos, seguimos hacia
adelante y, aunque todavía sentimos las quemaduras del último combate, un
bofetón de calor nos golpea al entrar en la siguiente habitación. Un enorme
caldero cuelga en el centro de ella, cubierto por runas que no termino de
identificar. Antes de poder averiguar de qué se trata, aparece un coloso de
piedra que se abalanza hacia nosotros. Las flechas de Stolas rebotan en su
coraza… y sé perfectamente que nos costará a Dorkas y a mí romper la superficie
de su cuerpo. Cierro mis ojos, mientras el sudor corre por mi frente debido al
esfuerzo. El frenesí del combate hace que mis habilidades mágicas se agudicen,
y ya no sólo soy capaz de recordar conjuros que he materializado en el día de
hoy… sino conjuros que ejecuté hace semanas. Al abrir los ojos, mi arma, la de
Dorkas y las flechas de Stolas brillan con el fulgor que sólo da la adamantita.
Otro parpadeo, y la bestia yace destrozada en el suelo.
El gnomo se acerca al caldero y
hace gala, una vez más, de sus dotes para la adivinación. Se comunica con el
gran recipiente de metal y descubre que es el foco necesario para un ritual en
el que los gigantes acaban convirtiéndose en esas criaturas envueltas en runas
que tanto nos extrañaban. No sólo eso, sino que también da con un ritual para
neutralizar el foco… El problema es que los elementos necesarios no están a
nuestro alcance ahora mismo.
Seguimos avanzando por la planta,
al mismo tiempo que sigue creciendo nuestro desconcierto. Pasamos de un calor
abrasador, a un frío que se aferra a nuestros huesos. Una escena dantesca se
encuentra ante nosotros, formada por gigantes disecados, destacando uno en el
centro, en pose amenazante, con armadura, dos hachas… y sin cabeza. Algo no nos
cuadra, y antes de poder analizar la situación, los muertos se levantan y nos
atacan. Sin darnos cuenta, estamos rodeados.
Stolas y yo nos encargamos de
mantener a raya a los cadáveres, apartándolos del gnomo y el enano, mientras
Dorkas se enzarza con el engendro sin cabeza. Algunos cuerpos caen cubiertos de
flechas, otros echando chispas, otros echando humo… Pero cuando Dorkas consigue
partir el pecho del gigante sin cabeza en dos, todos los cuerpos caen inertes
en el suelo.
Recuperamos el aliento y, aún con
el frío de la sala, estamos empapados en sudor. Miramos la puerta que lleva a
otro corredor e intentamos imaginar cuál será la siguiente sorpresa.
Esperemos que no tarde en
recibirnos nuestro anfitrión… Porque, de seguir así, no sé si nos quedará el aguante
necesario para tumbarlo de una vez y por siempre.
Azuth, muéstranos el camino…
Comentarios
Esta sesión es fundamental, llega el giro argumental clave. Nos vemos el sábado!!!!
Y respecto a que quedan dos libros... Ya lo sé ioputar. Como que sé que Mokmurian no es el malo de la película. Pero mi personaje no lo sabe... Hasta ahora que empieza a olerse la tostada.
Muchas gracias por la crónica chicos
Bueno, bueno... ¡La hora de la verdad se acerca! A ver si, como reza la última frase, tenemos suficiente aguante (y conjuros jejeje) para derrotar al maldito Mokmurian... Muajajajaja XD