Las cosas no iban bien… habíamos tomado la torre que vigilaba la entrada a la hondonada de la fortaleza y derrotado a su guardiana, pero ¿nuestro intento de pasar desapercibidos había sido en vano? El tiempo transcurría inexorable y cada segundo perdido podía dar al traste con toda la operación.
Sin tiempo apenas para maldecir nuestra falta de pericia y con el soplo del desastre bufando en nuestra nuca, planeamos meticulosamente nuestro siguiente paso. No podemos entrar de frente ni arriesgarnos a ser descubiertos tratando de penetrar las murallas desde el aire, así que decidimos que, lo más sabio, es dar un rodeo.
Tenemos la ventaja que nos da la noche y el ocultamiento proporcionado por las escarpadas montañas de las Púas de Hierro. De esa forma, nos ponemos en marcha alejándonos por el norte, y al abrigo de los riscos nos dirigimos sin dilación hacia la guarida de Diente Largo, el dragón rojo que abatimos en la batalla de Cala Arenosa.
Nos lleva varias horas alcanzar el escondite del draco, una enorme oquedad en la pared de la montaña. La magia de nuestros arcanos compañeros nos elevan hasta la entrada y ponen ante nuestros ojos un espectáculo de áureo refulgir, el fabuloso tesoro de reptil. No puedo evitar abalanzarme bajo el hechizo de tales riquezas, seguido de mis compañeros. No tardamos demasiado en saquear el lugar y hacernos con tan preciado botín.
Celebramos con regocijo el hallazgo y llenamos la panza y alegramos el espíritu con un festín digno de héroes. A la vez, decidimos nuestro siguiente paso: las cavidades del acantilado sur que el compañero halcón de nuestro gnomo descubrió. Y la primera, será la caverna de los tres Wyverns.
Cruzamos la montaña a marchas forzadas y accedemos a la gruta de los monstruos. Nos preparamos para lo peor y tomamos todas las precauciones posibles. Moradin mediante, seremos inmunes al aguijón venenoso de los dracónidos y a la presa de sus fauces, lo que nos dará una gran ventaja. Nada más entrar, ¡las tres aberraciones se abalanzan sobre nosotros! Descargamos toda nuestra furia y habilidad de combate sobre ellos. Nos sorprende satisfactoriamente comprobar que no son tan grandes como pensábamos y que su poder es menor que el nuestro con diferencia. Nos centramos en atacarlos uno a uno, sin darles la menor oportunidad de supervivencia.
El tiempo apremia, pues la magia que nos protege caduca deprisa, así que abandonamos el cubil nada más caer nuestro último adversario, no sin antes ver como Glim se apodera a hurtadillas de una extraña gema brillante depositada en mitad de la gruta. Ascendemos al vuelo a la otra gruta, donde una filosa capa de telarañas cubre el interior de la cavidad. Huesos de humanoides y de otras alimañas se entremezclan con objetos de diversa índole, entrelazados en la maraña pegajosa de hilos, tal vez las posesiones de los desafortunados dueños de los restos óseos.
Sin tiempo para analizar el escenario del crimen, nos vemos rodeados de repente por varios arácnidos de enormes proporciones. Un aire de podredumbre inunda la sala y multitud de diminutas arañas penetran en lo que, parecen ser, carcasas de sus parientes mayores, otorgándoles el don del movimiento. Invoco el poder sagrado del Gran Martillo sobre el Yunque mientras mis aliados sajan y saetean todo aquello que se mueve.
Pronto vuelve la calma al lugar, esparcidos los restos de las monstruosas arañas por el piso de la caverna. Sin tiempo que perder, prendemos fuego a las telarañas del fondo, que revelan la estrecha entrada a un pasadizo oculto. Recogemos el botín de los caídos y nos adentramos en la oscuridad de la montaña. Glim invoca su magia y escudriña sus profundidades, un laberinto de corredores que recorremos hasta llegar a un túnel: la entrada subterránea a Jorgenfist. ¡Al fin, la suerte nos sonríe!
El largo pasadizo termina en una caverna de pequeñas dimensiones. Los poderes adivinatorios del pequeño gnomo escudríñan todo el laberinto de corredores y salas, y nos revela todo un complejo habitado por guardianes de toda índole, ¡desde gigantes a dragones!... debido a ello, es normal que subestimásemos al pequeño enjendro que custodiaba la primera cámara, una pequeña kobold aposentada cómodamente en una poltrona a modo de hamaca, rodeada de trofeos y objetos varios…
¡En realidad, resultó ser un rival formidable! Aunque en superioridad numérica, nos costó horrores someter al “piel de lagarto”, que luchaba con una ferocidad sin paragón. Con artes brujeriles, hizo estallar en fuego un colgante de cuentas que portaba, lo que estuvo a punto de acabar con nosotros. Cambiamos de táctica de inmediato, y abandonamos la idea de interrogarla… ¡Teníamos que acabar con ella a toda prisa! Y así, lo hicimos…
Todo nuestro gozo en un pozo, y nuestros planes de infiltrarnos haciendo el menor ruido posible, al garete de cabeza. Apenas hubo caído el diminuto humanoide, aparecieron cinco enormes gigantes sedientos de sangre, y sin darnos tregua apenas para restañar las heridas, nos vimos envueltos en una vorágine de golpes y fintas. Tajos a mansalva hendían el aire de manos de Dorkas y Soros, mientras las flechas de Stolas silbaban por todas partes. Glim y yo permanecemos detrás, invocando el poder de la magia y de Moradin, apoyando a nuestros compañeros con todo nuestro arsenal.
Uno a uno, los enormes humanoides van cayendo al fin. Sin resuello, tratamos de recuperar las fuerzas y nos aprestamos a lo que vendrá. Saben que estamos aquí y ya no hay vuelta atrás. Nos movemos deprisa y entramos en la siguiente cámara, al parecer la sala de trofeos del gran gigante guerrero que acabamos de matar. La ira corre por mis venas cuando descubro decenas de barbas de hermanos enanos, las víctimas del monstruoso lugarteniente de Mokmurian.
Entre las pertenencias que se conservan en la sala, hallamos un escudo con propiedades mágicas. Reconozco el blasón de la familia Jeggare, gente de alta alcurnia que habita la ciudad de Korvosa… Seguro que nos darían una buena recompensa por su devolución, así que lo guardamos con esmero pensando en el futuro…
Pero aún queda mucho por hacer: Explorar el resto de los subterráneos y la misma fortaleza en sí, acabar con Mokmurian… y hacer frente a la enorme figura que bloquea el portal de salida de la cámara, una descomunal gigante que nos mira con ojos profundos, como si escudriñase nuestros pensamientos más profundos....
Comentarios
Esto solo acaba de empezar, me temo... a ver como nos las arreglamos en la siguiente sesión, que en está tuvimos más o menos acierto y fortuna :S