Tras numerosos días cruzando en barco el Mar de la Luna, Arella, por fin, puso sus pies en tierra firme. Notó como una brisa helada azotó su cuerpo, agitando sus ropas de color naranja, amarillo y rojo, propios de su cultura, mientras sus largos pendientes, cascabeles y lentejuelas, chocaban dando a su presencia una musicalidad tranquilizadora.
La ciudad a la que había llegado era muy parecida a su ciudad natal, pero, al mismo tiempo, opuesta. Ambas eran ciudades portuarias centradas en el comercio. Su ciudad era cálida y en ella brillaba el sol, mientras que esta era fría y el cielo estaba oculto por el humo. Aspiró profundamente intentando captar los olores a especias, frutas, carnes y pescados de su ciudad natal, pero todos esos olores estaban enmascarados por el olor a ceniza y carbón. Cerró los ojos centrándose en sus oídos y el familiar sonido de los mercaderes pregonando sus productos, los regateos y peleas, venía acompañado de algo nuevo, del eco rítmico de los martillos contra los yunques de las forjas cercanas. Abrió los ojos y estaba claro: Melvaunt no era Korvosa.
No se encontraba allí por especial gusto, sino por escuchar atentamente a su diosa y a las almas que todavía tienen algo que decir a los vivos. Desde que nació, su gente, famosa por su gran superstición, la catalogó como sărutat de spirite (“besada por los espíritus”), por su facilidad para entrar en contacto con el más allá. Hubiera dedicado su vida a leer el presagio de inseguros viajeros, pero su concepción de la vida cambió cuando llegó el velo de sangre y casi acabó con ella y con todos los suyos. Nunca olvidará a ese grupo de héroes que pusieron su vida en juego para salvarlos a todos, y cómo esa sacerdotisa, irradiando luz y mostrando en alto el símbolo sagrado de la moneda de plata, libraba a los suyos de la muerte roja. En cuanto recuperó algo de fuerzas, se dirigió al Panteón de los Muchos, hizo sus votos, y encaminó su vida al sacerdocio sin olvidarse de su don.
- Arella Cioară -
Con todos los acontecimientos posteriores a la epidemia, los espíritus se encontraban alterados en exceso, sin llegarle a ella ningún mensaje claro. Sin embargo, con la caída de la enloquecida Ileosa, todo empezó a volver a la normalidad, la vida volvió a Korvosa, y el equilibrio al mundo de los espíritus. Fue entonces cuando empezó a soñar con una ciudad portuaria, con una sombra que tapaba el sol, pero necesitaba cartas para vislumbrar con claridad los detalles de ese lugar. Y sabía a quién se las debía pedir.
Acopió todo su valor para presentarse delante de la heroína que había cambiado el curso de su vida y le solicitó que le cediera uno de sus mayores tesoros. La suma sacerdotisa titubeó, con súbita tristeza por desprenderse de lo que quedaba de una compañera perdida, pero algo en su interior le decía que era lo que debía hacer. La piel oscura de su mano rozó la piel oliva de la joven al pasarle la baraja y, en ese momento, Arella notó una gran sacudida al sentir los espíritus arremolinarse a su alrededor.
Con una visión más nítida de esa ciudad y con las voces del otro mundo más claras, supo dónde se encontraba su objetivo, y allí se encontraba ahora mismo. Llevó su mano a la moneda de plata que colgaba de su cuello, y susurró “mi señora, sé que tu poder en esta ciudad es fuerte y, por alguna razón, me quieres aquí. Soy tu herramienta, y estoy aquí para desempeñar tus designios. Pero, dime, ¿para qué me quieres aquí?”. Su mano se deslizó en su bolsillo y sacó la baraja de cartas, unas cartas que habían pasado por las manos de auténticas fuerzas del destino, como habían sido Madame Eva y Zellara Esmeranda. Al entrar en contacto con ella, sus ojos claros se volvieron blancos, y sus manos se movieron con destreza y vida propia hasta que se detuvieron en una carta. Al observarla, su vello se erizó y susurró “que así sea… que tu infinita fortuna guíe mis pasos”:
Comentarios
Además muy bien metida la historia, dándole ya fondo al PJ.
Puedes cogerte un objeto maravilloso/mágico por valor máximo de 500 de oro.