Al joven Soros le tocó vivir una infancia cruda y plagada de violencia en los alrededores de Calimport. Nació en el seno de un grupo de mercenarios, llamados el Clan de las Siete Noches. La principal vía de la que se sustentaba el clan era de secuestrar personas y pedir rescates… Y el nombre del mismo hacía referencia al tiempo que tardaban en ejecutar a sus cautivos de no recibir el pago.
Soros nunca se sintió cómodo con ese estilo de vida, pero tampoco se planteaba cambios, ya que tenía aceptado que ese clan era su familia y el lugar que le correspondía. Aún así, se negó en rotundo en participar en los secuestros, así como en la ejecución de prisioneros, lo cual incomodaba a sus compañeros. Sin embargo, demostró su utilidad en las luchas con otros clanes de mercenarios, donde su valentía y talento para las tácticas y estrategia fueron cruciales en más de una victoria.
Cuando no había conflictos con otros clanes, ni otros peligros que tratar, Soros pasaba el tiempo haciendo compañía a los reclusos. Algunos no tenían ánimo de hablar, sumidos en sus pesares. Otros, convencidos que no les iba a ocurrir nada malo, hablaban con tranquilidad. Por último, estaban los que hablaban solo para tener la mente ocupada y no pensar en lo que estaba por llegar. Y ahí estaba Soros, siempre dispuesto a escuchar. Disfrutaba aprendiendo con cada nueva historia, cada nueva cultura, cada nueva raza, cada nuevo idioma… Esos momentos eran lo único bueno que le aportaba vivir en el clan.
Un día llegó un nuevo recluso, un anciano visiblemente agotado. Como siempre, Soros se acercó a hablar y, pese al cansancio, el anciano aceptó la conversación de buen grado. Resultó ser un mago llamado Lühm, una vieja gloria cuyo tiempo ya pasó, que estaba de peregrinación, como último acto en vida, hacia el Templo Superior de Mystra, en el Monte Talath. Habló de su vida, de sus viajes, de la magia… y Soros le respondió que algo de magia había aprendido de otros magos que habían estado recluidos. Soltó unos versos rápidos, extendió su mano derecha, mientras hacía girar el índice de su mano izquierda sobre ella, apareciendo sobre la mano un pequeño caballo encabritado, hecho de brumas de varios colores, perdiéndose en un remolino. El mago, asombrado, le dijo:
- Para no ser un estudiante de magia, no se te da nada mal. Deberías plantearte estudiar en serio. Tendrías un futuro prometedor.
- Es un mundo que me genera gran curiosidad y me lo he replanteado varias veces, pero no sería capaz de, en un combate, quedarme en la retaguardia mientras mis compañeros sangran por mí. No, no podría bajo ningún concepto.
- Mmm… Entiendo… Los caminos del guerrero y del mago son tan distintos entre sí, como duros en sí mismos. Sin embargo, hay una tercera vía, más compleja y retorcida, que va y viene entre un camino y otro. Hay magos que se ayudan de varitas para canalizar la energía de la urdimbre. Otros utilizan varas. Tú, sin embargo, podrías utilizar tu espada.
Esa revelación sacudió el alma y la mente del joven. Quiso saber más, pidiéndole detalles al anciano. Éste le habló de pautas, de cómo estudiar, de buscar nuevos conocimientos… El interés del joven era tal que pasaron días enteros casi sin dormir y solo paraban cuando al anciano no le quedaban fuerzas.
- Tienes por delante un camino duro. Estudia hasta que la cabeza te arda. Cuando no puedas más, ejercita tu cuerpo hasta que tiemble. Cuando el cuerpo no responda, regresa a los libros. Procura mantener tu mente tan afilada como el filo de tu arma.
Después de unos días intensos de aprendizaje, Soros sintió un escalofrío al caer en la cuenta de que llevaba hablando con Lühm seis días… y el rescate no iba a llegar. Se acercó adentrada la noche donde se encontraba el mago y le dijo:
- He intentado encontrar la manera de conseguir el dinero de tu liberación, pero he sido incapaz. He intentado convencer a los superiores del clan de liberarte consiguiendo otro negocio, pero no están dispuestos a escuchar. Así que he preparado un caballo y esta comida. Sales esta noche. Ya me las arreglaré para explicar tu ausencia.
- No, muchacho. Ya no tengo fuerzas. Y, en mi estado, me alcanzarían antes del atardecer.
- Entonces iré contigo y te ayudaré a llegar al Monte Talath.
- … Y sería un lastre, nos alcanzarían, encontraré el mismo fin y tú tendrías otro peor. Mi objetivo de ir a ese monte era por hacer algo significativo justo antes de morir. Sin embargo, estando aquí, creo que ya lo he hecho.
Soros insistió, luchó para convencer al anciano, pero el mago había aceptado su destino y no desistió hasta conseguir que el joven lo respetara.
Al volver a caer el sol, en la séptima noche, vinieron a buscarlo. Soros acompañó a su amigo hasta el último momento. Antes que atravesaran su carne, el joven oyó al mago dentro de su cabeza, diciéndole “haz que tus enemigos teman tu acero y, cuando los golpees con él, que se den cuenta que no era eso lo que debían temer”. Justo después, el fuego de su mirada se apagó, mientras que la del joven se empeñaba por las lágrimas.
Esa misma noche, Soros determinó que esa no era la vida que quería vivir. Recogió lo justo para salir a escondidas, fue al almacén de armas para coger una y su mirada se posó en una espada ropera. Sonrió con tristeza para sí mismo, pensando “esa es la varita de la que hablabas, viejo”. La ajustó a su cinto y fue a la pira donde habían quemado a su amigo y sus pertenencias. Sacó su cadáver y rescató el libro de conjuros chamuscado, con la mayoría de sus conjuros inservibles por las llamas.
Cabalgó durante semanas hasta llegar a Halruéi. Exhausto, llegó a la montaña donde se encontraba el gran templo, y allí le dio sepultura al viejo mago.
Desde entonces, su vida consistió en vagar por el mundo, buscando nuevos conocimientos. Cuando necesitaba dinero, ofrecía su arma a compañías de mercenarios, siempre que la misión tuviera un fin justo. Así estuvo durante años, hasta que sus pasos lo guiaron hasta El Vasto. Se alistó en la Orden de las Flechas Negras con intención de estar poco tiempo, pero viendo la dedicación de ese grupo por contener a las bestias despiadadas en pos de salvar inocentes, hizo que decidiera quedarse por mucho más.
En una de estas batidas de exploración vieron algo que no les gustaba. Los goblins se estaban organizando en gran número, y eso era completamente anormal. Un grupo, de unos cincuenta goblins, se quedó rezagado. Soros acarició el libro de tapas ennegrecidas, desenfundó su espada y murmuró "es hora de aprender algo nuevo", caminando en dirección a las criaturas.
- Soros Sietenoches -
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