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El Pináculo de la Avaricia




El último combate contra los esbirros de Karzoug nos dejó exhaustos y abatidos. Necesitados de un reparador descanso, volvemos a descender por la escalera en espiral que lleva a la planta inferior del Pináculo de la Avaricia.


Pasamos la noche en esta extraña torre, sita entre dos mundos: Faerum y la dimensión del Leng… y en medio, la guarida del más terrible enemigo al que jamás nos hayamos enfrentado… Karzoug, el Señor de las Runas.


Repuestos del agotamiento, tanto vital como mágico, nos disponemos a explorar la planta superior. La estructura circular se eleva a gran altura sobre la base de abajo. Alcanzamos la cámara en donde nos dieron la “bienvenida” los secuaces del Karzoug… ¡Menudo combate! Y solo ha sido el primero… Temo que nos pueda deparar el destino en semejante sitio.


Tras concluir el ascenso, dejamos atrás las escaleras y atravesamos unas dobles puertas. Nos adentramos en un amplio pasillo curvo de gran altura, con varios accesos que nos introducen cada vez más dentro del laberinto lugar. Todo el edificio está plagado de puertas por doquier que dan a salas y cámaras de lo más diversas.


Cruzamos una pequeña portezuela, donde reposa una imagen espantosa de aquel al que buscamos. Como por influjo de algún oscuro arte, cobra vida y una voz de ultratumba que emana del espectro nos increpa y se burla de nuestra suerte. Es la voz del mismísimo Señor del Pináculo. 




Dorkas, incapaz de contener su ira, arremete con ferocidad contra él y a un toque de su alfanje, desintegra la maligna presencia, que se disipa en volutas brumosas. A lo largo de nuestro deambular, hallamos varias cámaras similares donde damos fin a todas y cada una de las fantasmales imágenes… Bueno, a casi todas, pues las que no caen al primer golpe, hablan más de la cuenta y son capaces de convertirte en un inofensivo batracio… y si no, que se lo digan a Soros. Por fortuna, nuestro bardo fue capaz de revertir el embrujo y ahora el afectado puede contarlo sin tener que croar...


Continuamos nuestro deambular por la torre. Una tras otras, vamos atravesando todas las habitaciones, salones y cámaras, sin encontrar apenas oposición. Resulta extraño que, tras haber sido recibidos por enormes gigantes terroríficos y malévolos hechiceros con aviesas intenciones nada más entrar en el pináculo, el resto del lugar se encuentre casi vacío de enemigos.


Apenas hallamos a unas lamias ocultas en una lujosa estancia y un gigante renegado encerrado en unas jaulas de fuerza en otra desangelada cámara. El tiempo transcurre lento en este extraño lugar de otro mundo. Finalmente, tras recorrer gran parte del complejo, entramos en una enorme habitación en cuyo suelo se abre un gigantesco hoyo sin fin. Y al fin nos cruzamos con nuestro próximo enemigo, el más inusual e inesperado de todos… ¡Un Ángel!




El divino ser alado, que debería ser la bondad personificada, nos observa con mirada iracunda. Unos ojos rojizos llenos de furia nos taladra mientras se abalanza sobre nosotros. 


¡Por el sagrado Moradin! ¿Qué maldición debe pesar sobre él para que actúe así? Cómo rival, es formidable, y nos cuesta sudores abatirlo… Pero no podemos darle muerte ni tampoco sanarlo de su locura con las artes que poseemos. Por desgracia, nos vemos obligados a apresarlo en una jaula de plata y oro… Mientras nos alejamos del lugar, un reguero de lágrimas brota de sus ojos…


Abatidos más de espíritu que de cuerpo, nos apresuramos a atravesar unas negras puertas plagadas de extrañas runas. Sumak cree que algún tipo de sello mágico debe protegerlas y empieza a leer la escritura… para caer en la trampa. Con sudores fríos, logra desterrar de su mente la ilusoria magia que trataba de poseerlo y, tras desactivar el glifo, cruzamos el dintel.


La enorme estancia que hay detrás parece una especie de enorme taller, plagado de cajas, muebles y una docena de extraños humanoides envueltos en ropajes exóticos de una tierra lejana. Una especie de cordeles de diversos colores recorren el suelo y desembocan en una enorme estructura circular, que identificamos como una especie de portal. Imágenes del pasado se reflejan en su negra superficie, mientras los atareados seres se afanan por hacerlo funcionar.




Nada bueno va a salir de ese sitio, así que tras barajar diversas opciones, eliminamos a los humanoides de otro mundo, que con cada caído disminuye el brillo del portal. Acabados con los laborantes de otra dimensión, la oscuridad se hace en la superficie opaca de la puerta dimensional. De repente, surge de él un enorme can espantoso, que nos ataca pero logramos abatir con premura.




El dispositivo del Leng ha sido destruido y el gozo de Karzoug en un pozo ha caído. Hemos infligido una importante derrota a nuestro enemigo y salvado el mundo de la destrucción… ¿o no? Al fin llegamos a la última cámara. Una enorme estatua de Karzoug se alza al fondo de la misma. Braseros ardientes se esparcen por el suelo y una estructura con forma de pagoda se divisa más allá, con un misterioso sarcófago. 


Nos reciben en tan magnífico salón tres gigantes de las nubes y otro de las runas, amén de una demoníaca figura y una gigantesca lamia. La lucha es feroz y por doquier ruge el metal de las armas y las explosiones de los hechizos. Nos deshacemos con rapidez del gigante de las runas primero, y poco a poco, van cayendo cada uno de los monstruos. 




Hemos llegado al final… el fuego nos abrasa y caemos en una bruma de desorientación. Se nubla mi mente mientras caigo en un pozo oscuro. Un remolino de bruma gira en espiral mientras nos trasladamos al último hogar del poderoso Karzoug...




Comentarios

Dorkas ha dicho que…
Ole, Ole, Ole, esa crónica de Paco.
La última de nuestra aventura.
Llega el final y cómo terminará la batalla?
Martin Painter ha dicho que…
Fantástica crónica, antesala de la batalla final. Ganazas de darle a Kalzoug hasta en la runa de la avaricia.
Juan ha dicho que…
Gran crónica. Mañana nos medimos el lomo con el final boss. Estaremos preparados? Daremos la talla?

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