La historia que versa este relato, comienza en la región de “El Vasto”, junto a una falda de las Montañas del Troll, en una aldea de construcciones de piedra y habitantes forjados en el fuego de la batalla. El repiqueteo de los artesanos enanos anuncia el despuntar del alba, y sobre este sonido de prosperidad, resaltan los golpes rítmicos del martillo contra el yunque: el sonido de la herrería del respetado y humilde Thoral Stonar.
Famoso era en la aldea el gran corazón de Thoral. Fiero excombatiente, refugiado ahora en la tranquilidad de la forja, dedicándose plenamente a su amada mujer, Agal, y a sus seis hijos. Al nacer el último de estos, Thoral decidió anteponer su familia al calor embriagador del combate y como símbolo de este cambio, nombró a su hijo Zabrath, que significa Yunque Poderoso. Aunque Zabrath era el más joven, hizo desde pequeño honor a su nombre, siendo el más fornido de los seis hermanos Stonar.
La creencia religiosa era una parte de suma importancia en el núcleo familiar, siempre dedicando gran tiempo a orar a Moradin, dios que bendecía a los Stonar día a día, proporcionándoles alimento con la artesanía de Thoral; sin olvidarse de Tempus, dios que protegió al herrero en batallas innumerables, ayuda sin la cual no estaría ahora al lado de su mujer. Así se componían los Stonar y así vivían felizmente en la aldea, sin ser conscientes que un repentino incidente estaba a punto de cambiar el curso de sus vidas por siempre.
Ardua era la tempestad que una noche castigaba sin piedad la región de El Vasto. Los enanos se reagrupaban de forma precisa para crear surcos y diques que impidieran una inundación en la aldea. Como si los dioses pelearan tras la montaña, los rayos estremecían la tierra una y otra vez. Fue uno de estos rayos el que provocó el desprendimiento de parte de la montaña, desencadenando un alud a pocos kilómetros de la aldea. Paralizados, los enanos observaban como la montaña se desplomaba, devorando con tierra y guijarros parte del terreno colindante. Recobrada la compostura, Thoral organizó una avanzadilla de enanos para explorar los daños ocasionados por la avalancha.
Pocas horas tardaron en llegar a la zona del desastre. Aunque en principio las consecuencias no parecieran excesivamente graves, poco tardaron en encontrar los restos de una caravana de viajeros entre las piedras. “Pobres insensatos… Nadie en su sano juicio debería recorrer camino con este temporal” – pensó Thoral. Después de inspeccionar los restos en busca de supervivientes, sólo hallaron un cadáver tras otro. Justo cuando los enanos se reorganizaban para partir hacia la aldea, el llanto de una criatura rompió el aullido del viento. Thoral corrió al montículo de piedras del que provenía y con ayuda de sus compañeros empezaron a apartar las rocas. Debajo se encontraron un bebé humano, protegido por el cuerpo sin vida de la madre. No se explicaban cómo había llegado a sobrevivir a la masacre, pero ahí se encontraba sano, salvo por algunos rasguños. El herrero se le encogió el corazón al ver al pequeño que, sin saberlo, se encontraba solo en el mundo. Sin pensarlo, lo arropó como pudo, lo cargó en sus fuertes brazos y ordenó la vuelta apresurada a la aldea.
Una vez llegado a su casa, secó al pequeño y lo situó ante el calor del hogar. Le explicó todos los detalles a su esposa y ambos coincidieron que la mejor opción para el bebé sería acogerlo en su familia como un séptimo hijo. En recuerdo de ese día tormentoso, Thoral decidió nombrar a su nuevo hijo Bram: Ira de los Gigantes.
(Continuación de la historia en vuestros correos electrónicos!)
Famoso era en la aldea el gran corazón de Thoral. Fiero excombatiente, refugiado ahora en la tranquilidad de la forja, dedicándose plenamente a su amada mujer, Agal, y a sus seis hijos. Al nacer el último de estos, Thoral decidió anteponer su familia al calor embriagador del combate y como símbolo de este cambio, nombró a su hijo Zabrath, que significa Yunque Poderoso. Aunque Zabrath era el más joven, hizo desde pequeño honor a su nombre, siendo el más fornido de los seis hermanos Stonar.
La creencia religiosa era una parte de suma importancia en el núcleo familiar, siempre dedicando gran tiempo a orar a Moradin, dios que bendecía a los Stonar día a día, proporcionándoles alimento con la artesanía de Thoral; sin olvidarse de Tempus, dios que protegió al herrero en batallas innumerables, ayuda sin la cual no estaría ahora al lado de su mujer. Así se componían los Stonar y así vivían felizmente en la aldea, sin ser conscientes que un repentino incidente estaba a punto de cambiar el curso de sus vidas por siempre.
Ardua era la tempestad que una noche castigaba sin piedad la región de El Vasto. Los enanos se reagrupaban de forma precisa para crear surcos y diques que impidieran una inundación en la aldea. Como si los dioses pelearan tras la montaña, los rayos estremecían la tierra una y otra vez. Fue uno de estos rayos el que provocó el desprendimiento de parte de la montaña, desencadenando un alud a pocos kilómetros de la aldea. Paralizados, los enanos observaban como la montaña se desplomaba, devorando con tierra y guijarros parte del terreno colindante. Recobrada la compostura, Thoral organizó una avanzadilla de enanos para explorar los daños ocasionados por la avalancha.
Pocas horas tardaron en llegar a la zona del desastre. Aunque en principio las consecuencias no parecieran excesivamente graves, poco tardaron en encontrar los restos de una caravana de viajeros entre las piedras. “Pobres insensatos… Nadie en su sano juicio debería recorrer camino con este temporal” – pensó Thoral. Después de inspeccionar los restos en busca de supervivientes, sólo hallaron un cadáver tras otro. Justo cuando los enanos se reorganizaban para partir hacia la aldea, el llanto de una criatura rompió el aullido del viento. Thoral corrió al montículo de piedras del que provenía y con ayuda de sus compañeros empezaron a apartar las rocas. Debajo se encontraron un bebé humano, protegido por el cuerpo sin vida de la madre. No se explicaban cómo había llegado a sobrevivir a la masacre, pero ahí se encontraba sano, salvo por algunos rasguños. El herrero se le encogió el corazón al ver al pequeño que, sin saberlo, se encontraba solo en el mundo. Sin pensarlo, lo arropó como pudo, lo cargó en sus fuertes brazos y ordenó la vuelta apresurada a la aldea.
Una vez llegado a su casa, secó al pequeño y lo situó ante el calor del hogar. Le explicó todos los detalles a su esposa y ambos coincidieron que la mejor opción para el bebé sería acogerlo en su familia como un séptimo hijo. En recuerdo de ese día tormentoso, Thoral decidió nombrar a su nuevo hijo Bram: Ira de los Gigantes.
(Continuación de la historia en vuestros correos electrónicos!)
Comentarios
Un saludín