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Crónicas de la Hoja Roja IV y V (la rima te la dejo a ti, Dani)

(Nota: Siento haberme extendido tantísimo, no sé, se me ha ido la perola. Pero bueno, son dos crónicas de sopetón, además que tenían chicha... ala, ahí os suelto el paquete)


Allí se encontraban los héroes, contemplando a la gran criatura del pantano llamada Kesessek de rodillas, implorando ayuda para rescatar a los suyos y, en particular, a su esposa Asala. Antes que pudieran dar una respuesta, una criatura ensombreció el cielo para luego abalanzarse sobre el hombre lagarto. El grupo pudo ver cómo una masa llena de tentáculos y con un gran pico fustigaba con sus extremidades al indefenso Kesessek, quedando totalmente paralizado con una mueca de dolor desgarrado en sus facciones. Sin mediar palabra, los compañeros se dispusieron a atacar a la criatura. Mientras el resto del grupo la castigaba a base de flechas y otros proyectiles, los guerreros se abalanzaron sobre ella apartando los tentáculos con sus armas, ya que su objetivo era simple: llegar al cuerpo central de la criatura para atravesarla con el acero de sus armas. En un abrir y cerrar de ojos, los restos de la criatura se desparramaban por el pantano.

Después de demostrar el grupo su valía en el combate, así como su buena voluntad tras restablecer al maltrecho Rey Lagarto, Kesessek pidió a Zabrath que lo acompañara. Ambos desaparecieron entre el follaje del pantano a disgusto de su hermano Bram, quien no le agradaba dejar a su hermano solo con el ser reptiliano. Después de un largo trayecto entre fango y matorrales (largo sobre todo para el enano que no amaba este tipo de parajes), llegaron a un valle y, oculta entre la maleza, aparecía la entrada a una cueva. “Hemos guardado con celo este lugar desde hace mucho tiempo, esperando que algún día uno de los tuyos pudiera entrar y apreciar lo que este sitio guarda”. Confuso, Zabrath entró en la cueva.

No dio dos pasos cuando se dio cuenta que la construcción que estaba pisando no era ni humana, ni élfica. La calidad de la misma no dejaba lugar a dudas de que era de manufactura enana. La excitación le hizo acelerar el paso hasta que el pasillo se abrió en una cavidad mayor que lo dejó sin aliento: ante él se erguía una capilla dedicada a Moradin, el dios enano, y, en medio, descansaba un hacha de guerra enana. No sólo llamó la atención del enano los adornos de la misma, ni que saltara a la vista que no era de acero, sino de preciado mithril: el hacha llevaba en este lugar innumerables años y, sin embargo, brillaba como si estuviera recién forjada. Al empuñarla, sintió en su corazón la cercanía del dios al que tanta devoción habían dedicado él y su familia. Temblando de la emoción, Zabrath se arrodilló ante el altar, mientras dos lágrimas surcaban sus orgullosas mejillas para luego esconderse tras su barba. “Gracias por ayudarme a forjar mi destino, dios padre, intentaré demostrarte en los años que me quedan que soy digno de esta ofrenda” y con ello, se despidió de la capilla que no había visto un hijo de Moradin en cientos de años.

Reagrupados, los miembros de la Hoja Roja se dirigieron al refugio perdido, no solo por las súplicas de Kesessek, sino también para encontrar respuesta a todas las preguntas sobre la perversión que los rodeaba en los últimos días. La construcción no tardó en aparecer ante sus ojos.

Como plan, el grupo se hizo pasar por “aquellos que caminaban en sueños”, para entrar sin problemas y atacar desde dentro.
- “Nos envía Lady Arthas”, manifestó Mara.
- “No os correspondía llegar tan pronto”, respondió el guardia.
- “Se están agitando los asuntos en la ciudad y Lady Arthas creyó oportuno agilizar las cosas en lo posible”.
Tras pensarlo un rato, el guardia respondió “Bestra os espera”, y abrió el portón.

Una vez dentro, conocieron a Bestra, clériga de Shar, diosa de la oscuridad, y a su guardia personal, compuesta por hombres lagarto con la peculiaridad que ya habían visto en otros seres: faltos de color y, a su vez, envueltos en sombras; y, por otro lado, unos seres que no habían visto nunca y que más tarde conocerían como Shadar-kais: su aspecto era humanoide, altos y delgados, muy pálidos, con peinados estrafalarios y sus cuerpos cubiertos de tatuajes púrpuras y piercings de un metal desconocido.

Bestra no tardó en descubrir el engaño y ordenó a sus guardias a acabar con los intrusos. Los lagartos empezaron a drenar la energía mágica de Mara y Lanthas, mientras los Shadar-kai se arrojaban sobre el resto de los compañeros.
Al ver la situación, el elfo supo que había llegado el momento de poner a prueba el nuevo hechizo que tanto tiempo le había llevado escribir. Se sumió en el trance para luego liberar una onda expansiva que devoró las sombras de la sala, reduciendo a los lagartos a cenizas. El castigo del grupo no tardó en llegar a los confundidos Shadar-kais y, su demostración de destreza y ferocidad en combate obligó a la sacerdotisa de Shar a huir de la Hoja Roja. Los compañeros no podían permitirse que la fuente que respondería a sus preguntas escapara, con lo que emprendieron su persecución.

Tras la primera puerta, tres clérigos que mostraban el símbolo de Mystra, guardaban la huida de Bestra. Los héroes no volverían a caer en el engaño que ya habían vivido tantas veces, los farsantes que se encontraban delante de ellos sufrirían el castigo que merecían sin dilación. A los pocos segundos la sangre de los clérigos corría por el suelo de la habitación y Lanthas se dispuso a examinarlos en busca de algo que les facilitara la captura de Bestra. Todos pudieron ver cómo la sangre abandonó el rostro del elfo al pararse sobre los símbolos sagrados de los sacerdotes. Entre tartamudeos, les dijo a sus amigos que, a diferencia de los que portaban los antiguos enemigos, estos colgantes eran auténticos. Acababan de matar a clérigos buenos, hermanos de religión, que se encontraban bajo el hechizo de la piedra negra. La noticia devastó al grupo, sumiéndolos en la culpabilidad del desastre que habían hecho. Después de la lección aprendida, aunque les costara la vida serían más cautos en sus próximos combates, pues no podían permitir que se repitiera lo ocurrido… o acabarían por convertirse en los monstruos que tanto perseguían.

Con sed de venganza, se abalanzaron a encontrar a la que los había empujado a realizar dicha atrocidad. Patearon la siguiente puerta y se quedaron boquiabiertos con el espectáculo que se desarrollaba delante de sus ojos. Un Shadar-kai mucho más alto que los que habían visto anteriormente que respondía al nombre de Thieraven, se encontraba al lado de Ketsarra, una criatura que se encontraba a medio camino de ser un dragón y un humano armada con un espadón; estos estaban rodeados de numerosos Shadar-kais, pero lo más extraño se desplegaba en el centro de la sala: un orbe de oscuridad flotaba en la habitación, lanzando latigazos de oscuridad profunda a todos los rincones de la misma.

Al ver que su hermano se lanzaba sobre la criatura dracónica, Bram se dispuso a atacar a Thieraven. Pero al empezar a correr con el espadón en alto, notó como sus músculos y articulaciones se petrificaban, quedando totalmente inmóvil ante el hechizo del Shadar-kai. Entre tanto, Lisa, llevada por la cólera de los acontecimientos y más cercana al mundo natural al que dedicaba su vida, adquirió por vez primera la forma de un guepardo y corrió a toda velocidad para devorar a Thieraven.

Mientras Lander, Mara y Lanthas se ocupaban del resto de Shadar-kais, las chispas saltaban de las armas mágicas de Zabrath y Ketsarra. La fuerza devastadora del ser dracónico hacía sudar al guerrero enano, que sabía que un solo golpe de esa criatura podía ser fatal. Después de varios golpes, Zabrath sangraba por numerosas heridas y jadeaba ante Ketsarra. Éste, descargó un golpe con todas sus fuerzas contra el enano. Zabrath lo paró con su escudo con la eficiencia que lo caracterizaba, pero tras la dureza del impacto, el enano pudo oír cómo se astillaban los huesos del brazo que mantenía el escudo. Su brazo inservible dejó caer el escudo en un estrépito, y el dolor y el cansancio hicieron que, tambaleante, se arrodillara. Mientras la realidad perdía color para Zabrath, Ketsarra se aproximaba a rematar a su víctima ante los ojos impotentes de Bram, quien agonizaba paralizado sin poder socorrer a su hermano. Cuando la criatura bajaba el mandoble en un arco para seccionar el cuello del enano, un relámpago amarillo se estrelló contra su espalda. El guepardo, tras dejar el cadáver de Thieraven detrás, había corrido para salvar a su amigo, y ahora mordía la nuca de Ketsarra mientras desgarraba la carne de su espalda con sus garras. Los gritos de la criatura arrancaron a Zabrath de su inconsciencia y, con un rugido nacido desde las entrañas de la piedra, empuñó el hacha de mithril para hundirla en el pecho de Ketsarra.

Tras el combate, los compañeros no se encontraban en condiciones de enfrentarse a ningún otro enemigo. Debían descansar y rezar porque el señor del alba escuchara todas las oraciones de Lander, y por otro lado, implorar a cada cual de sus dioses porque Bestra no fuera muy lejos. Antes de abandonar la sala, recogieron los objetos que creyeron les serían de utilidad, consiguiendo así unos documentos que portaba Thieraven, así como el arma que blandiría Bram en numerosos combates: el espadón mágico que portaba Ketsarra.

Pasaron la noche pertrechados en una de las habitaciones. Mientras los más heridos se recuperaban, el resto se encargaba de ver los documentos. Entre ellos, descubrieron una carta de una tal Esvele dirigida a Thieraven, en la que le prometía que todos los preparativos estaban listos en el monasterio, que pronto él y los suyos serían libres de la maldición que tenían en nuestro mundo. No entendieron el contenido del mensaje, pero sabían que no auguraba nada bueno y que tendrían que moverse deprisa si querían evitarlo.

En cuanto repusieron sus fuerzas, corrieron a la sala del orbe para no perder ningún rastro. Su sorpresa fue no encontrar ningún cadáver. Habían arrastrado los cuerpos de Thieraven y Ketsarra y el rastro se perdía dentro del orbe. Siguiendo las otras huellas, dieron a un pasadizo que los llevó al interior de la torre que había en el centro de la construcción. Dentro de la torre los esperaba Bestra con un nuevo séquito de guardias. Mientras el grupo se enzarzaba para eliminar a las distintas criaturas, se produjo un choque entre luz y oscuridad: Lander y Bestra se enfrentaron en una lucha encarnizada, invocando armas de otros planos y lanzándolas a su contrincante. Mientras la sacerdotisa de Shar intentaba sumir al clérigo de Lathander en las tinieblas, éste las rompía con la luz del alba. Al final, con un golpe certero con su maza, Lander consiguió dejar inconsciente a Bestra.

Ataron a la clériga y la reanimaron para comenzar con el interrogatorio. Sólo obtuvieron incoherencias, adoraciones a Shar y promesas de muerte. Al ver que no obtendrían nada, decidieron proseguir con la inspección y subir las escaleras de la torre. En cuanto comenzaron a subir los escalones, Bestra no pudo evitar que una sonrisa cínica surcara su imperturbable rostro.

Cuando los hermanos Stonar llegaron a la planta de arriba, quedaron inmóviles al ver lo que tenían delante: una mole reptiliana, de escamas oscuras, los esperaba impaciente. Antes que pudieran pensar cómo atacar a ese monstruo enorme, Lisa, perdiendo el juicio por ver dicha aberración, tomó la forma del guepardo y se lanzó en un ataque suicida. Un solo golpe lanzó a la druida al otro lado de la habitación, estrellándola contra la pared. La distracción ejercida por ésta propició que los hermanos guerreros corrieran en direcciones opuestas para rodear a la criatura, comenzando a trazar círculos y golpeándola desde un lado y otro. Mientras Lander corría en busca de Lisa, Lanthas preparaba un conjuro y Mara se disponía a cubrir de ácido al reptil con una de sus bocanadas. Impotentes, el elfo vio como su magia no afectaba a la bestia y el ácido de Mara se escurría por su cuerpo sin afectar a sus escamas.

Bram y Zabrath mostraban su mejor sincronía en el combate, puesto que sabían que el más mínimo fallo en las tácticas de distracción y ataque significaría la muerte de uno de ellos. En un minuto habían abierto numerosas brechas en la carne del lagarto. Viendo esto, Mara volvió a descargar otra bocanada de ácido sobre la criatura, colándose entre las heridas abiertas y quemando a la bestia por dentro. El dolor de las quemaduras hizo que el reptil se retorciera de dolor, momento que el enano no desperdició para colarse entre sus piernas y destrozar el tobillo del monstruo con su hacha. Al hincar la rodilla sobre la pierna malherida, Bram se impulsó para subir por la pierna de la criatura y hundir su espada en la garganta del reptil, desplomándose entre gorgoteos y generando un temblor ensordecedor en la habitación tras su caída.

Una vez bajada la adrenalina, pudieron observar lo que se desplegaba a su alrededor: numerosas celdas con los hombres lagarto que habían capturado en el pantano. Lanthas y Mara, hablaron en su idioma con las criaturas, encontrando así a Asala y al antiguo líder Gathan. Al sentirse humillado por no haber podido defender propiamente a su pueblo, Gathan imploró a los miembros de la Hoja Roja que le permitieran unirse a ellos, para así conseguir una muerte honorable en combate y limpiar así su vergüenza. Los compañeros no pudieron negarle dicho deseo al desdichado hombre lagarto.

Volvieron a la zona en que se encontraba Kesessek para devolverle la gente de su tribu. A su vez, les entregaron a Bestra, la causante del daño que habían sufrido, para que la ajusticiaran de la forma que ellos encontraran más correcta. Mientras planeaban cómo llegar al monasterio, Bestra comenzó a blasfemar y a carcajearse al mismo tiempo:
- “¡Cobardes! ¡No podéis contra nosotros!”
- “Creo que no eres consciente de lo que acaba de ocurrir. Hemos llegado a tu fortaleza, y hemos destruido y masacrado a todo lo que tú llamas ‘nosotros’”, respondió Bram.
- “¡Cobardes! ¡Sólo os habéis enfrentado a la primera avanzadilla! ¡Venid por nosotros, héroes de pacotilla! ¡Mostrad vuestra valía y encontrad la muerte ante la diosa de la oscuridad!”
- “No te impacientes. Justo ahora pensamos ir a ese monasterio y acabar con el triste espectáculo que en mala hora empezó a montar tu patética diosa”, dijo Bram, consiguiendo que Bestra estallara en carcajadas.
- “¡Sí! ¡Buscad el monasterio pobres ignorantes! ¡No encontraréis ni en mil años el monasterio bajo vuestra asquerosa luz! ¡Mostrad vuestra valía y encontrad la muerte ante la diosa de la oscuridad!”

El grupo quedó devastado al comprobar con los hombres lagarto que ninguna construcción se erguía en la zona en que se suponía debía estar el monasterio. Estaba claro lo que debían hacer. Tenían que abandonar todo lo que amaban y sumirse en las tinieblas de otra realidad para acabar con las amenazas que se cernían sobre su mundo.

Así es como los compañeros se dirigieron una vez más al refugio perdido. Pidieron a los hombres lagarto que se establecieran allí y no permitieran la entrada de los seres de las tinieblas por el orbe. Viendo la oscuridad densa que manaba de la esfera, todavía pensaban en si existía alguna otra posibilidad. Pero sus dudas se vieron disipadas cuando Mara, sin pensarlo, se lanzó dentro del orbe. Puesto que no abandonarían a su compañera justo ahora, el resto del grupo corrió tras ella.

Después de acostumbrar sus ojos a la nueva realidad, pudieron ver que se encontraban en una sala muy parecida a la que habían abandonado, pero diferente. Todo estaba sumido en sombras y ni la luz del señor del alba era capaz de romper la oscuridad del todo. Incluso ellos mismos de veían a sí mismos como si les faltara color. Tenían una puerta justo en frente de la que se escapaban una serie de ruidos. Al abrir la puerta, una aberración como nunca habían visto se encontraba delante de ellos: Una gran criatura envuelta en sombras, con cuatro brazos y aspecto humanoide y felino a la vez, se entretenía descuartizando innumerables criaturas atadas a potros de tortura. El olor a muerte abofeteó a los héroes mientras veían cómo la sangre tintaba toda la habitación.
- “Se supone que no debéis estar aquí… pero así tendré más carne con la que jugar”, lanzándose con las fauces abiertas sobre ellos.

Los compañeros se replegaron para que la bestia luchara en un espacio desfavorable, a la vez que pudieran atacarla desde todas las direcciones. Lanthas volvió a invocar el hechizo para devastar las sombras mientras Lander imploraba a su señor para que los iluminara con su luz, pero ambos vieron como el mismo mundo de sombras que los rodeaba, se cernía sobre ellos conteniendo el poder que pretendían desencadenar, impidiendo que lo consiguieran. Mara volvía a derramar su bocanada de ácido sobre el monstruo, pero tampoco le hacía efecto. Los guerreros, daban sus mejores estocadas, pero lo único que conseguían arrancar de la silueta de la criatura eran sombras. Entonces, Bram dejó de luchar para observar mejor a la criatura, mientras el resto de compañeros seguían atacando a la bestia con lo que podían. De las sombras surgió el monstruo para desgarrarle los brazos y volverse a sumir en su silueta de tinieblas. Preparó su espadón y, antes que pudiera bajarlo, otras dos garras se hincaron en su vientre, “demasiado rápido”, pensó Bram.

Zabrath miraba atónito cómo su hermano no usaba su arma y recibía un golpe tras otro. “¿QUÉ DEMONIOS TE PASA BRAM? ¡LUCHA MALDITA SEA!”, gritaba desesperado su hermano. Pero Bram no lo escuchaba, sólo tenía en mente los movimientos de la criatura que intentaba cazarlo desde su oscuridad protectora. Había dejado que probara su sangre dos veces, pero no podía permitirlo una tercera, no podía fallar. Previendo el siguiente movimiento, descargó el espadón con todas las fuerzas que sus brazos le permitieron, describiendo un arco perfecto, justo antes que la aberración sacara la cabeza dispuesta a degollarlo con sus colmillos. Un chorro de sangre inundó a Bram, mientras el resto de compañeros veía rodar la cabeza del monstruo a lo largo de la sala.

Jadeantes y con el miedo en su corazón, de forma instintiva todos dirigieron su mirada al orbe de luz que se encontraba en el centro de la sala. Allí estaba la puerta que los llevaba al mundo al que pertenecían, todavía estaban a tiempo de volver. Si esto es lo primero que se encontraban en este plano sumido en la locura, ¿cómo podían pensar que estaban a la altura de desempeñar tan ardua tarea? Pero entonces todos recordaron por qué estaban allí. Estaba claro que se aproximaba una lucha crucial entre mundos y los dioses los habían elegido a ellos como peones en la batalla. La fuerza y confianza que les daba el saber que sus deidades los respaldaban hicieron que se giraran, dándole la espalda a ese orbe de luz tan tentador. Habían elegido un camino hace tiempo, y no lo iban a abandonar a estas alturas por un momento de debilidad. Si era cierto que habían sido elegidos por los dioses, la Hoja Roja no los decepcionaría.

Comentarios

Drizzt Do'Urden ha dicho que…
Por Lazhánder, apoteósica total! Si parecemos hasta buenos en nuestro trabajo...jajaja.
Enorme trabajo Andrés, dan ganas de lanzarse de nuevo a la oscuridad a machacar Shadar-Kais.
Juanjo ha dicho que…
DIOX Andrés que gordo...

Me parece que después de la campaña podremos editar un libro, y le ponemos de anexo las fichas de los PJs.
Kosuke ha dicho que…
Pues no tengo nada más que decir, Andrés, ni siquiera la rima, pa que veas, da gusto leer historias así narradas (no es por desmerecer las otras, que conste) pero así me entero mucho mejor de lo que ha pasado en las partidas que no he estado.
Red Langosta ha dicho que…
Muchas gracias por los comentarios gente, no sabéis lo que me alegra que os haya gustado.

Con respecto al libro, juanjo, anda que no! juntando las historias podemos dejar con el culo torcío a Margaret Weiss y a quien haga falta jejeje. La primera edición del grupo rolero "x" (que todavía no nos hemos puesto nombre).

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