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Crónicas de la Hoja Roja X

Enfrentándonos al mal, alcanzando nuestro final...

El cuerpo de Mara seguía tendido bajo el dintel de la puerta, todo cubierto de trozos de cristales provenientes del espejo colgado en el otro extremo de la habitación. Parecía malherida, y Lander se arrodilló junto a ella, aplicando sus artes para recuperarla anímicamente. La maga humana se restableció por completo, e incorporándose, comenzó a balbucear una serie de palabras:

-¡Es ella! La he visto, allí... yo la he visto... rápido ¡a por ella!- fue lo primero que dijo.

-¿A quién te refieres?- Lander la intentaba tranquilizar hablando en tonos bajos y despacio.

-¡Tirra! Esa perra traidora, os ha engañado como a bobos -la mirada de Mara alternaba con los ojos de los Stonar, Lantas y Dominic- Estaba en el espejo, la ví arrodillada delante de su señor, hablándole de todos nosotros- cada vez estaba más alterada, aturdida todavía por el golpe que había recibido.

-¿Has visto a Despayr? Dinos, ¿quién o qué es? ¿Están muy lejos de aquí?- ahora intervino Bram, que ante la sola mención del señor maligno olvidó el insulto de Mara y se interesó en dar caza a su próximo objetivo.

-¡No! El cuerpo de Tirra me ocultaba con quién hablaba, pero era ella ¡de eso puedes estar seguro!-

-¡Ya son nuestros! ¡Los tenemos rodeados! ¡Vamos hermano, la gloria y el honor nos esperan!- el enano soltaba otra de sus bravuconadas, seguramente excitado ante la idea de poder acabar con nuestra misión y volver a nuestro mundo.

-Tranquilos, recordad que aún tenemos que encontrar al illita- el extraño humano, Dominic, habló de repente y todos nos volvimos hacia donde estaba, pues se había apartado a un rincón de la habitación y nos observaba de un modo contemplativo.

-¿Illita? ¿Y ése quién es? ¿Has perdido a algún amigo tuyo por aquí?- los modales del impetuoso enano le perdían, mientras preguntaba se mesaba la barba pensando todavía en lo que acababa de decir Dominic.

-Es aquel sobre quien nos advirtió Tirra, hermano, aquel peligro que acecha en la torre próxima a donde estamos- Bram dirigía una sonrisa a su hermano, esperando que éste comprendiera la conversación y el peligro que nos aguardaba, lo que sin duda era lo deseado por los hermanos guerreros.

-Hum... claro, claro. Sí, recuerdo a Tirra.- Zabrath se calló unos instantes, y volvió a hablar: -¡Demonios! Si ese illita es el amigo de esa maldita mujer lo pagará caro ¡por Tempus!-

-No tienes ni idea de lo que es un illita, ¿verdad?- Lantas intervino en la conversación, parecía que por una vez iba a poder mostrarse superior en algo al enano.

-Ni idea- admitió Zabrath.

-Es un desollador mental, una criatura de las profundidades- la explicación en tono jocoso de Lantas dejó más perplejo todavía al enano.

-Ah, ya...-

-¡Una cabeza de pulpo sobre un cuerpo de hombre, con tentáculos muy peligrosos!- ahora Lantas no parecía aguantar más la indecisión del enano, y gritaba fuera de sí.

-¿Pero caerá a golpes de mi hacha o tendremos que cocinarlo primero?- respondía Zabrath, que todavía no había entendido muy bien el devenir de la conversación.

-Hermano, cuando lo veas sabrás lo que tienes que hacer, tranquilo. Confía en mí- y al decir esto, Bram le guiño un ojo a su hermano, conocedor de que las explicaciones mientras más simples fuesen mejor las comprendería. El mayor de los Stonar asintió ahora con un gesto de felicidad agarrando el mango de su querida hacha.

-Está bien ¡en marcha!- dijo Lander, dando por zanjada así la charla.

Últimamente se mostraba el clérigo más intranquilo, menos hablador y con la mirada perdida en el vacío de la negrura. Caminaba encorvado, como si soportase el peso de aquel plano con sus hombros, sin querer tomar descanso alguno ni hablar de sus preocupaciones con nadie.

Tomamos el camino que partía de aquella estancia junto al desfiladero, habíamos dejado una bifurcación del mismo camino atrás, justo donde habían dado muerte al paladín caído en las sombras, y según la advertencia de Tirra, al seguir este rumbo hallaríamos al azotamentes, cosa que ninguno mencionó.

En un recodo del camino, Mara, quien iba abriendo la marcha, detuvo al resto del grupo.

-Veo luz más adelante. Esperadme aquí, volveré enseguida- y acto seguido se sumergió en las sombras y la perdimos de vista.

Un suspiro de resignación proveniente de los hermanos y el clérigo fue lo único que escuché como respuesta. Aguardando a su vuelta, esperábamos que no pasara nada esta vez, y no nos cogiesen por sorpresa. Poco después apareció ante nosotros, y habló con voz queda:

-Bien, son sólo dos esta vez. A unos treinta pies se halla una abertura en la roca, parece amplia, pero no he querido arriesgarme más. La maldita luz no da muchas facilidades, pero no me han descubierto. Están dentro de la gruta, os propongo lo siguiente: me adelantaré más allá de la luz, los haré salir y entonces podréis atacarles por la retaguardia-

Mara no dio opción alguna a réplica, pues se volvió a sumergir en las penumbras mientras nosotros intercambiábamos miradas de asombro, pues nunca habíamos visto a la única mujer del grupo mostrarse tan confiada ni elaborar un plan tan complejo para ella.

Nos situamos en la linde de la luz proveniente de los postes que, efectivamente, plantados delante de la entrada a la caverna despedían su luminosidad en las tinieblas. Al poco oímos un entrechocar de piedras, seguido de otro unos segundos más tarde. Los enemigos no tardaron en mostrarse bajo el umbral de luz y, para regocijo de los guerreros, desorientados y ofreciéndonos sus espaldas, pues por una vez el plan de Mara había funcionado.

El enano no se hizo de rogar, salió disparado hacia delante con el hacha fuertemente agarrada y balanceándola en el aire para equilibrar sus rápidos pasos. Atacó al que se había aventurado más lejos de la seguridad de la roca, que todavía no había averiguado qué era lo que sucedía. Más sorprendidos nos quedamos cuando el enano gritó un segundo antes de su ataque:

-¡Venimos en son de paz!- pero demasiado tarde le llegó la respuesta, pues el certero golpe lo dejó bastante maltrecho. Y era sólo el principio, porque del compañero ya dábamos cuenta Bram y yo, mientras que Lantas y Dominic atacaban desde la retaguardia y Mara al otro lado.

Una estrategia perfecta, pensé. Pero incompleta para la lucha, pues al caer estos dos, vimos cómo desde dentro de la cueva nos llegaba otro peligro. Una mujer, sosteniendo un bastón negro delante de su cuerpo, y un mastín sombrío se materializaron en un instante al otro extremo del pasillo que formaba la gruta. Entonces ya nos habíamos reunido todos delante de la entrada, pero habíamos perdido la ventaja, pues allí sólo podían pasar dos de nosotros cada vez. El factor de la superioridad quedaba anulado. Sin más, salté hacia delante y me situé delante del maldito perro, mientras el mayor de los Stonar pasaba a mi lado y alcanzaba a la mujer, seguramente otra sacerdotisa de Shar. La mujer se reveló como una servidora de la magia, pues el menor de los Stonar permaneció inmóvil a una orden suya, mientras que el enano siguió su decidido avance. Los dos pudimos descargar nuestras armas antes de darles tiempo a reaccionar, pero a continuación, el mastín sombrío abrió sus fauces y lanzó un aullido desgarrador que parecía oírse en todo el plano de las sombras.

Una sombra de miedo pasó por delante de mis ojos, pero conseguí mantener el control y no echar a correr lo más lejos posible de aquel lugar, que fue la sensación que el maldito can producía en todos con su infernal aullido. No le pasó lo mismo a Dominic, pues por el rabillo del ojo ví cómo pasaba a una posición defensiva, con la cara contraída en una mueca de terror y, arremangándose los faldones de su túnica, desapareció de nuestra vista corriendo hacia no se sabe dónde.

Afortunadamente, los enemigos cayeron en un abrir y cerrar de ojos, pues conseguimos acorralarlos aun dentro de la angosta cueva, y procedimos a investigar qué más podría encontrarse allí. Claro que cada uno de nosotros entendió esto a su manera, pues mientras que el enano y yo estábamos en guardia ante posibles enemigos ocultos, Bram salió de la gruta y lanzó al vacío los cuerpos de los dos desgraciados que yacían todavía allí. Lander rebuscó entre las ropas de la mujer y le arrancó su medallón sagrado para, acto seguido, destruirlo con furia con el pomo de su maza. Lantas y Mara prestaban su atención a otro de aquellos artilugios mágicos que habíamos encontrado antes, y que también aquí tenía cabida otro. Si consiguieron averiguar algo no lo sabemos, pues muy silenciosos se apartaron de su lado y no cruzaron palabra alguna. Al poco reapareció Dominic, presa de un sentimiento de zozobra que le impedía alzar la mirada del suelo, pues consideraba su huida no como resultado del infernal animal sino como una debilidad suya en la hora del combate. Curioso grupo era aquel, pues se mostraba en conjunto como un sólo ser en la lucha, pero después empleaban el tiempo en chanzas sobre las batallas y las proezas de cada uno. No como algo meritorio y pretexto para elevarse en líder sobre los demás, sino como para distraer lo tétrico del ambiente que nos envolvía y traer un poco de luz y paz a nuestro interior.

Más animados por la cómoda victoria, reemprendimos nuestra marcha por la pasarela pegada al desfiladero. A no mucha distancia de allí, volvimos a vislumbrar unos puntos luminosos y esta vez Mara no se paró a comunicarnos nada, se zambulló en las sombras y esperamos resignados su regreso. Al volver nos relató lo que había encontrado:

-Atención, es otra gruta, como la anterior. Pero ésta abarca más extensión. No me han descubierto, y he podido ver a dos mujeres ante una hilera de mesas limpiando unos objetos...-

-¡Ah! normal ¿qué van a hacer las mujeres sino? ¡Son las chachas del inframundo!- la interrupción del mayor de los Stonar no pudo ser más inconveniente, pero aun así todos reímos la ocurrencia del enano, y nuestras carcajadas llenaron las tinieblas y rompieron el eterno silencio de aquel plano. Todos excepto Mara, pues ella no entendía el sarcasmo envuelto en las palabras y le dedicó una mirada furiosa a Zabrath hasta que nuestras risas cesaron.

-Atacad a mi señal- fue lo único que dijo Mara antes de encaminarse hacia las luces.

La seguíamos a una distancia prudente, lo suficiente para que no llegara a oídos inapropiados el repiqueteo de nuestras armaduras al avanzar por el sendero. En esto, los Stonar eran los expertos, pues no hacían el más mínimo intento por ser sigilosos, como si esperasen que al advertir los enemigos su presencia. Vimos la gruta, por la que ya se había internado la maga humana, y ésta se detuvo unos pocos pasos más allá. Alzó una varita y nos llegó la letanía de algunas palabras que sin duda activaban el artefacto. Estirando mi cuello, pude otear por encima del grupo y distinguí a las mujeres que Mara nos había indicado. Era demasiada distancia, pero suponiendo que tendrían los mismos recursos que su compañera ya muerta, corrí todo lo que pude hasta situarme a su altura, con el objeto de impedir que nos atacaran con sus hechizos.

No lo conseguí por poco. Al adentrarme a toda velocidad en aquel terreno, pude ver qué había provocado Mara con su varita, pues una inmensa telaraña se extendía por el suelo de la caverna, aprisionando a una de las mujeres. La otra consiguió zafarse y se preparaba para responder al ataque, y fue a por la que me dirigí en mi carrera. Pero allí surgió como de la nada otras dos clérigas, dispuestas a atacar blandiendo sendas varitas en el aire delante de sus cuerpos. La ráfaga que despidió aquella mujer me dio de lleno...

Al recuperarme, ví que nuestro ataque continuaba. Mis compañeros habían llegado al centro de la sala, y se afanaban por reducir a nuestras adversarias. A sus espaldas tenían vía libre para escapar y observé cómo antes de lanzar cada ataque retrodecían presurosas. En un descuido, logré colocarme detrás de ellas. Mara, Lantas y Dominic tenían cercada a la primera que divisamos, que logró escapar al contacto con la telaraña, mientras que los Stonar y el clérigo estrechaban el cerco sobre las dos que habían aparecido como de la nada. Éstas, reculando, se acercaban más y más a mi posición, y al advertirme en su retaguardia optaron por salir huyendo. Pero no les salió del todo bien, pues al pasar a mi lado descargué mi hacha hendiendo aire primero y coraza y carne después, dejando a la que me había atacado muerta en el acto. La otra sí logró su propósito y alcanzó la salida, que daba a otro puente sin iluminación. Mara y Lander corrieron tras ella, pero tras comprender que ya se les había escapado volvieron a donde estábamos.

La mujer que había quedado atrapada en la telaraña no tuvo oportunidad, pues si bien Bram la golpeó hasta dejarla inconsciente para que no representara peligro alguno, Mara aprovechó la ulterior distracción para rematarla en el suelo. De lo que ví nada dije, pero recordé entonces la cara que había puesto la maga cuando el enano me relató la lucha con el paladín, y de que no habían podido salvarlo a tiempo. Mara se mostraba concienzuda cuando quería.

La distracción llegó poco después. Al disolverse la telaraña mágica, los objetos en la mesa llamaron poderosamente la atención del grupo. Sobre todo la de los versados en las arcanas artes. Lantas, Lander y Dominic se acercaron a inspeccionar más de cerca, cuando de pronto soltaron al unísono exclamaciones de asombro. Allí en el rincón donde se alineaban las mesas aparecían para volver a desaparecer en cuestión de segundos diferentes espectros. No representaban, en principio, una amenaza, eran imágenes de diferentes cadáveres, que se sucedían unas a otras. Primero vimos a un soldado con varias heridas en su torso, un anciano con aspecto de ostentación... así, hasta que surgió la imagen de una niña.

Lantas, cegado por su curiosidad, y su inexperiencia con estas situaciones, avanzó hasta la imagen de la niña y antes de que el espectro desapareciese, posó su mano sobre ella. En el instante en que entró en contacto, surgió una sombra que se irguió amenazante ante nosotros. Maldiciendo las ocurrencias del mago, avanzamos los guerreros al encuentro del enemigo. Lo rodeamos y atacamos a la vez, pero pronto descubrí que con mi hacha no podía hacer daño alguno.

La sombra no pertenecía a este plano y sólo las armas mágicas o la propia magia podían hacer mella en sus defensas. Recordé entonces que portaba desde hacía tiempo una espada corta que me habían entregado al formar parte del grupo. En ese momento la desestimé porque confiaba más en mi gran hacha para la batalla, pero ahora que se mostraba inútil eché mano de ella. Esta vez mi ataque vino a sumarse al de los demás, y conseguí dañar aquel ser. Esto sólo sirvió para que recabara en mi presencia y me devolvió el ataque. Tan rápida y certera fue en su acometida que no pude hacer movimiento alguno para esquivarla, y al contacto con su arma sentí que mis fuerzas flaqueaban, dejándome muy debilitado. Pensaba que todo estaba perdido para mí otra vez, pero Lander, con un poderoso hechizo, logró terminar con la presencia en aquel plano de aquella figura sombría. Ahora llegaron los reproches:

-¡Maldita sea Lantas de Laranter! La próxima vez dale la mano y que el espectro te lleve consigo a su plano- quien así gritaba no era otro que el enano, furioso ante el error que había cometido el mago.

-Calmaos, el ente ya no volverá por aquí. De todas formas, mago, no toques nada más que te llame la atención- Lander intentaba pacificar la situación, que por esta vez parecía que no iba a pasar a mayores.

Después, el clérigo se dirigió hacia mí, vio mis heridas, pero le preocupaba más la falta de energía que me había dejado el ataque de la sombra. Tal era la percepción de Lander, sobre la gravedad de mi estado que, sin decir nada, buscó en su bolsa un pergamino, leyó en voz alta y noté al instante cómo con cada palabra que pronunciaba las fuerzas volvían a mí. Agradecido, aunque no por completo recuperado, asentí con la cabeza cuando me preguntó si me sentía mejor y pasó a ocuparse de las heridas de los compañeros.

Seguimos por el mismo camino, dejando la cueva atrás. Vimos el puente de cuerda por donde había huído la seguidora de Shar y nos adentramos en la oscuridad de nuevo. Nos topamos con otra de las torres, que se nos habían hecho familiares a fuerza de verlas todas iguales. Nuestra táctica entonces resultó la misma, para no desmerecer la situación. Mara, muy en su línea previsora, se acercó con sigilo a los portones e intentó abrirlos. Cuando comprobó que todo estaba bien, advirtió al mayor de los Stonar de que el paso era seguro y podía abrir sin problemas. Mas el enano, en su empecinamiento, abrió como sólo él sabe para darse a conocer lo más pronto posible. Descargó un puntapié lo más arriba que su corto cuerpo le permitía y la puerta, girando sobre sus goznes, restalló contra la pared al otro lado. A la maga le faltó poco para poner los ojos en blanco de la rabia contenida que sentía, y lo hubiera hecho de no ser porque lo que nos aguardaba allí dentro desvió la atención por completo del enano.

Habíamos llegado a la torre por uno de los vértices, lo que nos permitió ver en ángulo todo el interior sin necesidad de adentrarnos en ella. Pero el peligro que nos aguardaba allí no temía nada de nosotros. El illita, el azotamentes, carnosa cabeza de pulpo con tentáculos y cuerpo de hombre, estaba allí. Levitaba en el centro de la estancia, sobre el vacío, inalcanzable para nosotros, pues había conectada a la puerta una pasarela que comunicaba con otra puerta al otro extremo. El desollador se mantenía a la altura de ésta, pero apartado un trecho considerable. A unos treinta pies más abajo se hallaba el suelo de la torre, y también, cuatro grandes jaulas que albergaban los prisioneros del malvado ser.

No esperamos a comprobar sus intenciones. Zabrath soltó su hacha y con una rapidez increíble sacó dos hachas más pequeñas y las arrojó con toda su fuerza. Mara se adelantó al interior de la torre y, abriendo su boca de una forma muy poco humana, lanzó un chorro de ácido verde. Ambos ataques dieron de lleno, lo que pareció desconcentrar al azotamentes, pero se recuperó pronto y extendió sus manos hacia nosotros. No hizo ningún gesto físico más, pero su ataque era tan real como los nuestros. Sentí como llegaba a mi interior, en mi cabeza todo se nubló, se desconectó. Mis ojos giraron hacia dentro y mi boca quedó abierta en un acto bobalicón. Poco antes de eso ví cómo a Dominic y Bram les pasaba lo mismo, pero ahora ya no había remedio...

Volví en mí, al igual que el menor de los Stonar y el sorprendente humano, justo a tiempo para ver la escena que se desarrollaba ahora. Un enorme águila luchaba ahora con el desollador, enganchado a éste en pleno vuelo, apresándolo con sus garras y alcanzándolo de lleno con su pico. Supuse que si el maldito ser pudiese hablar ahora escucharíamos con satisfacción sus gritos de dolor, la agonía que sentía con cada nueva herida del ave. Al poco cesó la pelea, el animal abrió sus garras y dejó caer el blando cuerpo en la habitación. Lantas ostentaba una amplia sonrisa de orgullo y satisfacción, y entonces me dí cuenta de que era él quien había hecho aparecer allí esa milagrosa ayuda. "Después de todo, el mago cuenta con sus propios recursos", pensé, se iba revelando cada vez más que su poder crecía y era un placer para él demostrarlo con cada oportunidad.

Acto seguido, el propio Lantas utilizó su compañera animal para descender al suelo de la torre. Los otros hicieron lo mismo pero utilizaron una soga que Bram se encargó de asegurar a la barandilla de la pasarela. Los prisioneros eran humanos otra vez, ya no esperaba encontrarme con ninguno de los de mi raza, pero me angustiaba pensar que todavía pudiese estar alguno prisionero. Junto a las celdas había unos baúles y unas cajas de madera tan pulcros y bien cuidados que desentonaban con el aspecto general de aquello. Ahora entendía las prisas del mago por descender, pues se dedicó todo el tiempo a observarlos, pero se dio por vencido cuando comprobó que si habían pertenecido al illita poco podía hacer para apropiarse de su contenido.

Al volver a situarnos en la pasarela, comenzó. Hablábamos con los prisioneros cuando llegó. Tan asustados estaban que no se querían ir de nuestro lado, mas cuando sentimos las primeras sacudidas huyeron presas del temor. Mara y Lantas fueron los primeros en percibirlo. Lander lo notó poco después. El dolor en sus cabezas empezaba a afectarles. Por un momento temí que el desollamentes no estuviese todavía muerto y le quedase un último intento por acabar con nosotros, pero no era así. Lantas lanzó un grito lleno de angustia y terror. El miedo penetraba por cada poro de nuestra piel. No sabíamos porqué ni cómo, pero nos íbamos acercando a la otra puerta para salir al exterior. No guiábamos nuestros pasos, los pies iban solos y los cuerpos obedecían sin poder rechistar. Mara sin embargo, en un instante, desapareció de nuestra vista, y ví cómo la otra puerta, por la que habían huído los reos humanos, se abría para volverse a cerrar. "Adiós Mara, busca tu propio fin al igual que nosotros vamos a afrontar el nuestro", pensé. Era la certeza, la completa seguridad, de que la sensación de temor no nos iba a abandonar ya por muy lejos que quisiéramos ir, la que precisamente nos encaminaba hacia su origen. Todos lo sabíamos, no hacía falta hablar. Avanzamos como zombis sobre otro puente, llegamos de nuevo a la roca, descendimos por la gruta que allí se encontraba. Bajamos y bajamos. Sólo era el miedo y la nada. Sólo eran los dos ojos que vimos. Sólo era... Despayr.

Por Gathan, líder de la tribu de los hombres lagarto.

Comentarios

Juanjo ha dicho que…
waaaarlll!!! siiiii!!! metaaaaaallll!!!
Drizzt Do'Urden ha dicho que…
Dani, espero que la primera fase del relato ("alcanzando nuestro final") no sea premonitoria de lo que nos espera...glup!
Kosuke ha dicho que…
Es que es el final, sea lo que sea. Pasaos por el caralibro que la asociación, al menos, está allí creada, jejeje.
Elena ha dicho que…
Muy curiosa, Dani, a ver que tal te queda la de Despayr :D

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