Nunca se me dieron bien los números, aún peor que las palabras... No tanto porque fueran aburridos como estas últimas, sino más bien debido a que mi disoluta capacidad de concentrarme en una sola cosa por más allá de unos minutos me hacía abandonar su recuento con singular frecuencia. A pesar de ello, recuerdo con todo detalle la retahíla de batallas y enemigos que se plantaron ante nosotros desde que cruzamos el umbral del cementerio subterráneo del castillo de Ravenloft…
Lo primero que me viene a la mente es el olor característico de la muerte, en aquella inmensa caverna, repleta de nichos y mausoleos, donde reposaban los putrefactos restos de antaños habitantes de aquel mundo sin sol ni esperanza. Lo segundo que recuerdo es la quietud y el silencio, aún más aterradores que los gritos de las almas en pena… Finalmente, la oscuridad, que tapaba nuestros ojos como un velo negro, capaz de consumir todo rastro de luz.
En nuestro penoso caminar, a la caza del Señor de la Noche, comenzamos a registrar las tumbas del camposanto, como si fuésemos vulgares saqueadores de cadáveres. Una tras otra, fuimos abriendo las lápidas que cerraban las criptas, mientras ante nuestros ojos iban pasando los nombres de las esquelas funerarias. Cada una tenía un nombre y contaba una historia, tétricos relatos de una vida ya desaparecida.
Pero no fuimos nosotros los únicos que molestamos el eterno descanso de los muertos, pues los acechante ejércitos de Stradh nos salieron al encuentro con cada paso que avanzábamos, con cada portal fúnebre que atravesábamos…
No se me dan bien los números, como dije, y enseguida perdí la cuenta de a cuantos monstruos nos enfrentamos en esa terrorífica jornada, pero puedo recitar de carrerilla todos y cada uno de esos fatídicos encuentros… Si tienes curiosidad por conocerlos, con gusto te los contaré a continuación.
Comenzamos con el curioso envite de una extraña cometa voladora, hecha con las pieles de algún animal muerto y de sus acompañantes, el caballero fantasmal y el can translúcido, que junto a un arácnido de sombras conformaron un variopinto elenco. Casi tan raro como este, fue la agrupada de zombies, esqueletos garrudos y su amiguitos, el torbellino de los vientos y la bandada de murciélagos nocturnos… A ver quién se atreve a decir ahora que nuestra partida de compañeros es heterogénea :).
Más equipos de adversarios que nos salieron al paso lo conformaban necrarios putrefactos, espectros incorpóreos y la esquelética figura de un fantasma jorobado, todos unidos en la no vida más allá de la muerte. De los más extravagante fue el grupito que se nos presentó tras abrir una de aquellos cenotafios, compuesto por una monstruosa aberración, un diminuto diablillo y el sensual espanto de una terrible mujer alada (luego me enteré que era una “erinia”...).
Para rematar la lucha, se nos echaron encima numerosos tumularios, encabezados por una sombra y otro ser incorpóreo. Para sorpresa de todos, esta batalla fue la que más rápido terminó gracias a la intervención de los dioses, así de hartos estaban mis compañeros de viaje de tanta batalla… Ni que decir tiene que todos nuestros adversarios mordieron el polvo, algunos seguramente por segunda vez en su existencia ;).
No nombraré ni los nombres, ni las alhajas ni las monedas que encontramos en nuestro deambular, de aquí para allá… ¿Ya os dije que tenía mala memoria? Bueno, según para qué cosas ;).
¿Os ha resultado graciosa mi narración? Espero haber endulzado con algo de humor la espantosa experiencia que sufrimos en aquella fatídica jornada, cuando los esbirros del Vampiro nos dieron la bienvenida a las puertas de la guarida de su Señor… Acordaos de mis palabras y mi relato, pues quizá sea el último que pueda contaros… al menos, en esta vida ;).
Comentarios
Penúltima crónica de Ravenloft, pero todavía la campaña no termina.
Mañana toca verse las caras con Lord Strahd por última vez... Habrá amanecer? O noche perpetua?