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Crónicas de la Hoja Roja VIII

Deslizándonos en la boca del lobo

Abrí lentamente los ojos, mi cabeza temblaba ligeramente y sentí un leve mareo al girar el cuello para poder alzar la vista. Creía que el grito que me había despertado habría puesto en alerta a mis compañeros, pero cuando ví que nadie había dado la alerta y dormían arrebujados en sus capas me calmé, llegando a la conclusión de que había vuelto a tener otra de aquellas pesadillas que me acompañaban.
Pude ver a Zabrath y a Lantas situados en sus puestos manteniendo la guardia, tranquilos pero en alerta, pero cada uno en un punto distinto. Esto terminó por serenarme, y comencé a pensar en mi nueva vida con esta compañía tan especial. Curiosos modos se gastaban esta gente entre sí, pues mientras que para la lucha combatían codo con codo (o a codazos, en el caso del enano) en la calma no podían establecer la mínima conducta social.
Mis pensamientos me llevaron de nuevo con mi gente, los de mi tribu, en mi mente la vida tranquila y ordenada de mi clan quedaba cada vez más lejos, añorando tiempos de paz y familiares. Suspiré y volví a tenderme sobre el frío suelo. Nada volvería a ser como antes, acaso no lo fuera nunca más, si no cumplía con mi deber para con los míos y en especial con aquel grupo de aventureros tan variopinto. Salir de allí con vida y volver al hogar era mi única meta y recompensa, y demostrar mi valía en aquellos momentos mi deber, ya que no pude hacerlo en el mundo real.

Así, poco después se encargaban de despertar de al resto, tras levantar el campamento nos dispusimos a proseguir nuestro enigmático camino. Dejando el monasterio a nuestras espaldas, y muchos enemigos abatidos, avanzamos por un sendero que se deslizaba al otro lado de la colina, adentrándose de nuevo en el bosque. La negrura, la penumbra, siempre la oscuridad nos acompañaba como siempre, sólo se vislumbraba lo que Bram con su antorcha, Lander con aquel raro brazalete luminoso y Mara con una linterna nos podían mostrar, que no era mucho.
El silencio reinaba en el ambiente, el bosque sombrío no albergaba a ninguna clase de pájaro conocido ni sus altos trinos, y esperaba en mi interior que toda aquella oscuridad en aquel plano no lograra introducirse también en nuestro interior como lo había hecho con aquel bosque.

Lentamente crecía el murmullo de agua que llegaba a nuestros oídos. Habíamos marchado por espacio de varias horas cuando alcanzamos el siguiente punto en nuestro camino. Desde nuestra izquierda llegaba el río que, supusimos, era el mismo que nos había transportado en la barcaza, y discurría por nuestro frente hacia la derecha cayendo en una cascada. Antes de llegar a ella, había una especie de isla o embarcadero en el centro del curso, con varias construcciones muy básicas, a modo de caseta de vigilancia. Esta isla se unía a la orilla mediante un puente y allí en el otro extremo se podían ver dos pequeños faroles dando la bienvenida a quien fuera que se atreviera a pasar por allí. Amarrados a uno de los postes aguardaban dos pequeños botes, sólo accesibles desde la segunda de aquellas casetas, la más situada al este.

Afortunadamente, esta vez Mara no insistió en salir ella sola a investigar lo desconocido. Aunque no podíamos asegurar que nadie nos hubiese visto, el silencio imperante nos animó para avanzar todos juntos. Ella se limitó a continuar al paso del grupo y todos avanzamos por la plataforma, situándonos en la puerta de la primera de aquellas casetas a la espera de lo que pudiese ocurrir. Sin embargo, sus instintos la traicionaron finalmente, pues se colocó la primera para abrir la puerta y nada más lograr soltar la cerradura, se deslizó en el interior sin esperar el paso de algún guerrero que la pudiese proteger. Lamentablemente, su suerte se había acabado tiempo ha, pues al instante salió al exterior un grito ahogado, y naturalmente, los Stonar no aguardaron más imprudencias.

Lanzando la antorcha al suelo dentro de la casa, el menor de los Stonar le disputó a su hermano enano el "privilegio" de ser el primero en enfrentarse al peligro, detrás iba éste refunfuñando y por último logré entrar yo. A la vista de la débil luz de la antorcha, pude ver qué era lo que había atacado a Mara quien, a todo esto, no se había movido del sitio. Allí estaba esperándonos con las fauces abiertas una especie de perro maloliente, y su boca se abría en cuatro partes, que dejaba caer al suelo una larguísima lengua con una especie de puntas en el extremo final. Su compañero permanecía un poco apartado de él, en el otro extremo de la habitación. Como los Stonar arremetieron contra él nada más verlo, resolví encargarme yo de la pobre criatura. Fue la única vez que ví de un modo completo a uno de esos seres, pues en los instantes siguientes quedó todo su cuerpo deformado por nuestros golpes, y su ataque no volvió a conseguir objetivo.

Lantas se ocupaba de Mara, que no había permanecido en ese estado inmóvil por gusto o temor ante los malditos perros, sino que, como explicó nuestro buen clérigo, el mínimo roce con la lengua de aquellos seres bastaba para paralizar un cuerpo completo. Entró Lander en ese momento a la instancia, acabada toda lucha, claro, y se dispuso a examinarlo todo con sus ya acostumbrados ávidos ojos. Situada a la izquierda de donde nos hallábamos, una puerta permanecía cerrada, y tras haber resuelto los compañeros que no había más peligros allí dentro (ni objetos valiosos, para pena del mago), nos dispusimos a encarar aquel nuevo obstáculo. Esta vez la puerta no tenía complicación, nada más girar el pomo comenzó la puerta a girar en ángulo, dejando el paso franco. Gracias a la luz de Bram y aquel artefacto mágico de Lander se vislumbraba algo más en esa habitación. No era de techo muy alto, pero llamaba la atención poderosamente una jaula de gruesos barrotes construida en un rincón. Dentro, una figura tumbada en el suelo y arrebujada en una fina capa de viaje, gemía lastimeramente.

Al ver aquello, se me vino a la mente la idea de que otro de los míos estaría allí encerrado. De un salto me planté delante de aquella prisión, junto con los Stonar y Lander, y empecé a interrogar a quien fuera que estuviese allí.

Lander: "No temas alma desvalida, estamos aquí para rescatarte de tu tormento, con la gracia divina"

Prisionero: "Agh..."

Gathan: "¡Háblame! ¿Perteneces a la tribu de Gessessek? ¿Cuál es tu nombre?"

Prisionero: "Mpf..."

Lantas: "¡Mirad lo que hay aquí! ¡Es un bastón! Y seguro que contiene algún tipo de poder; Lander, ¿me podrías decir si tiene cualidades?"

Nuestro mago había ido directamente a lo que a él más le había llamado la atención. Mara estaba a su lado, con igual cara de curiosidad por aquel objeto, mas Lander, quien no se había separado de la jaula, les lanzó una gélida mirada que dejaba fuera de dudas que no venía a cuento el importunarle ahora.

Zabrath: "Tranquilos, mejor dejadme solo, que con vosotros me pongo nervioso. ¿Os dais cuenta? Voy a hacer saltar la cerradura"

Al abrir, muy en su estilo, la puerta el enano, Lander se introdujo ante la mirada intranquila de los Stonar en la celda con el prisionero. Al examinar el cuerpo, dejó al descubierto su rostro, dejando ver que se trataba de un humano. "Ah, vaya, es un humano, mejor voy a montar guardia", fue lo que pensé, aliviado de que no fuera otro de mis congéneres el que allí se hallaba en semejante estado. Poco después salía Lanter de aquella jaula acompañado por el humano, quien visiblemente más recuperado, nos contó su historia...

"Gathan, eh Gathan, despierta", quien así me hablaba no era otro sino Lantas, cuando abrí los ojos al escuchar su voz vi su cara tan pegada a mi rostro que pensaba que me había reanimado de una muerte. Al verme sobresaltado, me explicó: "Te quedaste dormido aquí en esta silla intentando escudriñar la negrura por la ventana", cosa que así había sucedido en realidad, pero no recordaba en absoluto. Le dí las gracias, y me incorporé, tratando de desentumecer los miembros de mi cuerpo. Cosas muy extrañas sucedían en aquel plano de oscuridad, no sólo nosotros mismos mostrábamos signos de que aquello nos afectaba en nuestro exterior, sino también en nuestro interior. Cuerpo y mente, con el alma, debían luchar a cada instante para fortalecerse ante aquella no visión, aquel desatino que nos había conducido hasta allí. Pero yo ya había comprobado sus efectos, y temía cada vez más por lo que nos pudiese suceder si alargábamos en demasía nuestra presencia en aquella tierra.

Preparados para partir nuevamente, ahora con la incorporación de aquel raro humano, de nombre Dominic, nos dispusimos a seguir avanzando. Comprobé que nuestro nuevo compañero se había recuperado casi por completo, y también que entre él y Mara se lanzaban esquivas miradas de mutua curiosidad. Esta rara actitid no me asombró lo más mínimo. Los humanos serán siempre humanos, y se comportarán como lo que no son.

Abandonamos aquellas casetas, y nuestro camino seguía ahora por un estrecho puente de cuerdas y madera, a modo de pasarela, que partía desde aquel islote, sobre la cascada adonde iba a morir el curso del río, adentrándose hasta donde no alcanzaba la vista. Con paso inseguro y apiñados dentro del estrecho puente, emprendimos la marcha. Aquello parecía no tener fin. El tiempo pasaba y no se alcanzaba el punto donde terminara el maldito puente, con su silencio envolviéndolo todo a nuestro alrededor, y la negrura, por supuesto, también.

Mara volvió a tener una de sus ideas. Se podría decir que sus ojos brillaban más que la antorcha que Bram portaba en ese momento, y con gran elocuencia, nos explicó un plan que había pergeñado desde hacía tiempo. Presté atención por si, esta vez, la extravagante maga habría tenido un atisbo de claridad en toda aquella oscuridad, pero tras explicar su plan, fruncí el ceño y no quise hablar más... Partimos tal y como ella había dispuesto, que era una formación con los Stonar por delante a los lados, ella misma detrás y en el centro, un "prisionero" camuflado y el resto del grupo a mis espaldas. Por supuesto, el prisionero debía ser yo, pues Mara, aplicando su lógica, creía que de esta guisa, podríamos acercarnos más fácilmente a nuestros enemigos, y poder cogerlos por sorpresa.

Resignado a los designios de aquellos complejos seres, mis compañeros, marchamos de esa forma al aproximarnos al extremo final de aquel puente. Allí, se erguía una cuadrada torre negra como el carbón, de la que no se veía su amplitud al estar envuelta en tinieblas. Nos adentramos en su interior, y seguimos por el único itinerario que se nos ofrecía, unas escaleras en forma de L que descendían un nivel. Los Stonar y Mara fueron los primeros en llegar al rellano, que daba paso a una amplia estancia. Siguiendo el plan, Mara comenzó a hablar, anunciando que traían a un valioso "prisionero" y debían franquearle el paso.

En principio iba todo bien, pero al poner un pie nuestro clérigo en la sala, y al poder ver yo qué era lo que había en la estancia, una armadura colosal comenzó a cobrar vida y sus miembros, vacíos e inertes, se mostraron amenazadores ante la presencia de un ser del bien.

La lucha volvía a ser nuestro modo de solucionar la situación. Aquella armadura mostraba también los símbolos de Cyric que ya habíamos visto en jornadas anteriores. El sol negro y la calavera adornaban el peto de la armadura, y en su interior, viales de un líquido rojo intenso refulgían con la vida que acababa de adquirir. El clérigo observaba aquel artefacto con ojos inquisidores, planteándose cómo sería el mejor modo de acabar con ese peligro. Lander se mostró esta vez más partícipe en la lucha, y, por una vez, más acertados los Stonar en sus acometidas. Al fin, la armadura accedió a cedernos el paso, pues lo poco que quedó de ella estaba desparramado por el suelo, con la atenta mirada de Lantas inspeccionando todos los rincones en busca de algo que poder rellenar los huecos de sus bolsillos.

La salida de aquella torre mostraba más incógnitas por resolver. De su base, partían otras tres pasarelas en distintas plataformas a nivel, y en varias direcciones. Mara resolvió que lo mejor sería seguir con la pantomima del "prisionero", y eligió el camino que se situaba a nuestra derecha. Al poco de adentrarnos por ese camino, la negrura volvió a invadirlo todo, sin las restricciones de las lámparas situadas en la base de la torre.
La niebla que nos impedía ver la cúspide de la torre también se cernía a nuestro alredededor, pero aún pude distinguir una curiosa escena en el más alejado de los puentes. Allí, ví como un puerco espín de color azul, tranquilamente sentado sobre sus cuartos traseros, recogía un pequeño aro dorado y lo guardaba dentro de un pliegue de su piel, para salir corriendo, ¡sobre sus dos patas traseras!, a toda velocidad sobre el puente y dejando una estela azul tras de sí. Durante unos instantes me quedé totalmente asombrado, pues no podía creer lo que acababa de ver, e incluso llegué a distinguir como aquel animalillo antes de salir disparado me guiñaba un ojo. Ciertamente, las tinieblas nos estaban jugando malas pasadas.

Nuestro siguiente destino cobraba la forma de una plataforma circular donde moría el puente, intensificándose un curioso ruido como silbidos apagados que habíamos estado percibiendo desde poco antes, e intrigados por causa de ello habíamos acelerado un poco nuestro paso. Pero lo que hicimos en realidad fue adelantar la hora en que volvíamos a enfrentarnos al peligro. El engaño de Mara no surtió efecto nuevamente, pues allí aguardaban unas figuras humanoides que al vernos llegar se dispusieron a atacarnos. Dos de aquellos seres nos recibían justo en la desembocadura del puente, y otras dos permanecían a la distancia, en una posición elevada. Las primeras se abalanzaron sobre nosotros con sus armas, mientras que desde la lejanía nos llegaban los efectos de la magia que sin duda dominaban sus compañeros retrasados. Esta vez participamos todos en el combate. Los guerreros abríamos el paso ante aquellos dos primeros enemigos, una suerte de monstruos de asqueroso aspecto, y el resto, acompañados por Dominic, aprovechaban el resguardo que les dábamos para contrarrestar los hechizos de los adversarios.

Aquellos que permanecían más apartados estaban situados junto a un raro artilugio que era el causante de los silbidos que oíamos ahora ya claramente. Cuando terminamos con la vida del último de los insensatos seres que osaban hacernos frente, procedimos a inspeccionar la zona. En realidad, los silbidos provenían de una estructura de madera negra, ajustada a la base y la pared de roca que allí se hallaba, que contenía un cilindro que se elevaba en altura con la pared y al volver a bajar emitía aquel curioso silbido. Los expertos en la magia, incluido Lander, se mostraron muy interesados en el funcionamiento y la utilidad de aquel extraño "fuelle", como Lander había dado en llamar al extraño artefacto. Mas bien ninguno de ellos supo averiguar la respuesta, incluido el clérigo quien como ya había tomado la costumbre, intentó destruir o inutilizar todo lo que encontrara a su paso y tomara como servidor del mal en aquel plano.

Dejando las arcanas artes para mis compañeros, paseé mi vista por el resto de la plataforma. En un rincón un poco alejado ví algo que me llamó poderosamente la atención. Al acercarme, pude observar cómo de aquella roca dura que tenía por suelo, la base albergaba un poco de vida vegetal, pues una serie de extrañas setas crecía en la zona. Intrigado por tal panorama, llegué al punto en donde aquellas setas vivían, e inclinándome sobre ellas, descubrí algo que hizo presa en mí de un sentimiento de total repugnancia y temor. Aquellas setas tenían por corona caras humanas perfectamente delineadas, al igual que un busto delicadamente esculpido. Sin embargo, su visión sólo provocaba repugnancia y temor, pues dondequiera que se mirase, las caras le seguían a uno con la vista, si bien permanecían inmóviles.

Comuniqué aquella novedad al resto del grupo, que habían dejado de inspeccionar el fuelle ante la imposibilidad de averiguar algo de utilidad acerca del mismo, pero otro tanto ocurrió con las extrañas setas, pues a todos les parecieron igual de repulsivas que a mí, sin lograr averiguar finalmente nada sobre ellas.

Al reemprender nuestro camino, decidimos dejar de emplear la estratagema de Mara, avanzando hombro con hombro por el paso que se abría desde aquella última base de la roca. Los hermanos guerreros, Mara y yo, liberado de mi avergonzante papel, íbamos a la cabeza, y los restantes, Lander y Lantas junto a Dominic a la retaguardia. La pared de roca la manteníamos a nuestra derecha, y podíamos ver cómo el paso se iba ensanchando más y más con nuestro avance.

De repente, algo en aquel ambiente nos presagiaba que íbamos a enfrentarnos a algún peligro. Mara plantó los pies firmemente en el suelo y, deteniéndose, nos señaló con el índice extendido hacia adelante, allí se veía una estatua de un ser humano emplazada junto a la pared de roca, y por la realidad con que estaba representada se podría decir que habría podido moverse si así lo hubiese querido. Siguiendo nuestro avance, los Stonar fueron los primeros en dar la voz de alarma. Allí donde la pared se curvaba ensanchando nuestro camino, había una especie de vaca, la más grande que había visto nunca antes, de un color negro tan intenso que despedía destellos al exponerse a nuestra luz. Miraba en nuestra dirección con unos ojos del color de los rubíes y, carente de cualquier rasgo de bondad, se disponía a atacar en cualquier momento. Todo pasó muy rápido. Los Stonar actuaron al unísono y de un salto se situaron a ambos lados del animal, o lo que fuera, y descargaron sus certeros golpes. Un instante después, ví como el siguiente en entrar en acción era Dominic. Adelantándose unos pasos, se limitó a alzar una mano por delante de su cara, y con un movimiento de muñeca, trazó un giro en el aire con su palma abierta en dirección a la vaca, que a continuación, y para asombro general, dio una media vuelta sobre sí misma cayendo con las patas hacia arriba sobre el suelo.

Con aquella demostración de su poder, que hasta entonces no había utilizado, Dominic nos dejó a todos boquiabiertos. Pero no había tiempo para alabanzas, pues el maldito animal volvió a su posición anterior tan rápidamente como había caído, aunque se mostraba visiblemente dolorido. Abrió sus inmensas fauces para, a continuación, exhalar por las cuencas de su morro un humo de color verde con el que inundó todo cuanto se podía ver. Nublada mi visión por aquel humo, intenté avanzar para contribuir yo también a la lucha, mas mis pies no me respondían, no podía moverlos. Bajé la mirada y ví que se habían convertido en pura piedra, y la línea de ésta seguía ascendiendo por mis piernas. "Este es el fin", pensé, y encomendándome a la misericordia de mi dios y al perdón de mi gente por haberles fallado una vez más, sentí caer en el abismo al volverse mi vista de un negro infinito, más allá incluso del maldito plano de las sombras...

Por Gathan, líder de la tribu de los hombres lagarto.

Comentarios

Juan Brujah ha dicho que…
jooooder dani estas hecho todo un cronista, va a ser dificil superar eso. Lo único que yo cambiaría es lo de la vaca por toro, queda bastante más épico
Kosuke ha dicho que…
¡Tranquilo papardiero! Al leer la novena entrega verás el porqué del término, es que Gathan es un gañán que no ha salido de su casa en la vida.
También me podéis dar consejos si os parece bien de cómo queréis que os describa a vuestros personajes, que yo pongo lo primero que se me ocurre.
Drizzt Do'Urden ha dicho que…
Momento épico-cinemático: Al encontrar a la Gorgona se escucha una música de fondo..."Aaay toriiitoo, aaay toritooo brraaaavo" XD

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